Alejandro Hermosilla: “Sin la literatura, no creo que estuviese vivo”
Dañado, quizás, pero no roto. Las heridas se acumulan y moldean la forma en la que pensamos, hablamos, caminamos, amamos. Quizás, cuando la herida es tan temprana, tan injusta, no hay forma de regatearla, de hacer el gambeteo necesario para dejar atrás las nubes. Alejandro Hermosilla (Cartagena, 1974) vivió el suicidio de su padre cuando tenía 5 años y eso le llevo al ruido y al martilleo, a una herida que día tras día, ya sea en sus viajes o huidas hacia delante al Sahara, a Argentina o a Méjico, intenta sanar. En Jalapa ha encontrado su lugar, y allí ha sabido abrirse en canal y expulsar por los cuatro costados lo que siente y vive. Ha encontrado el amor, el trabajo, la libertad. En Avería de pollos, su blog, muestra un ideario neurótico, pero inteligente. Con Martillo, la novela que inició el magnífico camino de la Editorial Balduque, nos mete en un laberinto de emociones, de infiernos que llevan nuestro nombre. Nuestra conversación es caótica, pero de nada sirve un tiempo de paz si antes no ha reinado el caos por cada esquina.
Ferré dice en la introducción de Martillo, que es “un libro diabólico, un libro infernal, escrito por un fanático que odia Occidente por encima de todas las cosas”. ¿Te consideras un fanático?
Una parte de mi, sí. No me considero un fanático, sino que estoy en un término medio, porque creo que el equilibrio es lo más sano para una persona. En mi opinión, viendo cómo ha derivado la política y el estado social de Occidente en los últimos 10 o 15 años, se ha producido en mí un lado de fanatismo, que también uso en el personaje que interpreto en las presentaciones y performances. Hay una parte de mí, la neurótica y enferma, que se ha fanatizado hasta el punto que en los últimos años me he visto capaz de afirmar que soy capaz de matar a un político. Nunca lo haría como persona, pero hay parte de mí que lo desea.
En el arte, ha llegado un momento en el que es o el suicidio, o la muerte de otra persona. En ese aspecto, sí me considero un fanático, porque quiero llegar al extremo de la moral y de mí mismo.
¿Cuándo empieza ese odio hacia Occidente? ¿Es una gota que colma el vaso o se va gestando poco a poco?
Tengo que decir que también amo Occidente, pero sí que es cierto que desde hace como 15 o 16 años, gracias a unas becas, estuve viajando a América y recorrí casi todo el sur del continente, viví en Argentina… Viví en Francia, y eso me sirvió para profundizar en este odio a Occidente, o para reconocer miles de cosas que no me gustaban del sitio donde vivía. La grandeza que tiene Occidente es que te permite criticarla, al revés de otras dictaduras donde una palabra que dijeras te puede destruir.
Sin embargo, esto es una dictadura perfecta, con la sociedad perfecta, que se parece mucho a Un mundo feliz, en el cual toda tu crítica o tu cuestionamiento del sistema queda en entredicho. Ese odio creció lentamente. En los años que estuve viajando, mientras aquí se hablaba de burbuja, vi en América lugares en los que el neoliberalismo había creado auténticos monstruos y desgracias. Recuerdo estar en Bolivia, en ciudades como La Paz o Uyuni, viendo a gente muerta de hambre, o puestos como Jesucristo para sacarte 20 céntimos de euro; y luego llegar aquí y escuchar a la gente hablando solo de lo que iban a costar las casas, de los jugadores que iba a fichar tal o cual equipo de fútbol… Ese contraste tan grande me indicaba que en el término medio estaba la verdad, pero también que las fuerzas neoliberales occidentales eran mucho más fanáticas de lo que yo pudiera pensar. De ese modo, claro que me puedo volver fanático, no porque yo lo quiera. Incluso pienso que el fanatismo es un grandísimo error.
Más por lo que ves que por lo que piensas
La idea de Martillo es que con el fanatismo que hay detrás de la ideología neoliberalista, y que realmente manipula a las personas y nuestra forma de pensar a un límite increíble, lo normal es volverse fanático para poder tener una voz, para poder contrarrestar la fuerza con la que habla el sistema.
Por eso, de alguna manera, dices en tu blog que te sientes extranjero en tu propio país.
Tengo que decir que yo amo a España, y de hecho llevo tres semanas aquí impresionantes, pero una cosa es que ame a la gente, que me parece maravillosa, y otra cosa es cómo desde Franco, y ahora en la democracia, se han inoculado todas las fuerzas que tienen otra forma de pensar. La deuda no para de crecer, pero sigues escuchando que España va cada vez mejor. Lo real es que todo va cada vez peor, los ciudadanos también. Son las élites las que aguantan, pero es un 15%. En ese sentido, a parte de que he estado mucho tiempo fuera (en los últimos tres años he pasado 20 días en España), veo que todo estamos muy contenidos y me siento muy extraño. Una cosa es la gente, y otra es la guerra que se está librando.
Me gusta mucho cómo presentas Fez en Martillo, como una ciudad laberíntica, con muchos matices. ¿Por qué la eliges?
Realmente, cualquier respuesta que diera sería falsa. Pero si tengo que dar alguna, te diría que aunque parece que Martillo está hablando de Oriente, en realidad lo está haciendo de Occidente. Muchas de las anécdotas que salen en el libro me sucedieron a mí; es una ciudad laberíntica, en la que es difícil no perderse si vas solo. Incluso cuando vas acompañado, la otra persona se empeña en perderte más, con lo cual, en cierto sentido, siendo una ciudad medieval, o un laberinto fuera del mundo, es una metáfora del laberinto neoliberal.
Y ese laberinto se refleja perfectamente en la manera en la que presentas la ciudad. Da sensación de ansiedad.
Creo que esa sensación va más conmigo, es mi personalidad. De hecho, confío en que antes o después de publiquen más libros míos, y si tengo el placer de que me vuelvas a leer, podrás ver que hay una constante en los libros, una intranquilidad absoluta en los personajes y en los paisajes. Nunca hay calma. Cuando tenía cinco años, mi padre se suicidó. Me ha marcado para bien y para mal, y me ha traumatizado hasta el punto de que nunca veo nada claro. El padre es la estructura. Si te falla el padre de una manera tan trágica cuando eres niño, de algún modo, estás preparado para que te falle cualquier atisbo de la realidad, para que se difumine en sombras.
Martillo explica cómo se ve la ciudad de Fez en sombras, con esa figura amenazante. Es uno de los tantos reflejos que voy a hacer en futuros libros. Siempre hay algo que se rompe, y creo que viene de esa primera ruptura. El padre es algo que nunca se puede romper, es la ley, la historia, el sostén. Te hace estar siempre alerta, incluso en los buenos momentos, y te hace vivir un poco neurotizado. En ese sentido, el arte se convierte en vía de escape, pero también lo va a recoger como un espejo.
Yo aún no estoy sano, pero si en algún momento consigo poner en orden, sanar sentimentalmente mi vida, voy a intentar practicar otro tipo de literatura.
Ese ruido, ese martilleo, ¿lo tienes en la cabeza, es el que te lanza a escribir?
Es un tópico, pero en mi caso es totalmente real. Sin la literatura, no creo que estuviese vivo. Me ha salvado la vida muchas veces, pero es un problema, porque esa misma vida te ofrece muchas mejores cosas que la literatura, y no las puedes disfrutar del todo porque tu yo débil, tu yo enfermo, dañado, no se cree que lo que le esté pasando esté tan bien, y vuelve a la literatura. Me ha pasado mucho en las relaciones de pareja. Para mí, la literatura me ha salvado la vida, le debo tanto…
En Martillo se suceden las menciones al Infierno, la aparición de demonios, de efrits… ¿Has bajado mucho al Infierno?
El Infierno es como un estado mental muy tópico, y si alguien dice que ha bajado queda un poco petulante. Y si no ha bajado, desde luego, tampoco está vivo. He bajado lo que me correspondía, creo que demasiadas veces. Sí que el Infierno me perseguía, porque nunca he estado equilibrado del todo.
¿Cómo nace Martillo, cómo se unen esos fragmentos convirtiéndose en una historia?
Hay una entrada en Avería de Pollos (mi blog, que es mi higiene mental) en la que escribía sobre Fez. He escrito como 13 libros y este es el primero que se publica, porque era el momento. En realidad, no recuerdo cuál fue el germen del libro, creo que es un misterio. Sí recuerdo cuando me llamo José Alcaraz y me dice que quieren empezar la editorial con un libro mío. Le respondí que, de los que tengo, ninguno encajaba con el proyecto Balduque, que me encanta, pero que sí tenía dos o tres entradas en el blog hablando sobre Marruecos que se pueden convertir en una buena historia. Bajo la perspectiva de Antonin Artaud, podríamos hacer algo entre lo cómico y lo cruel, y salió Martillo.
El libro me fue marcando el camino. El libro lo escribí en tres meses, pero son 17 años escribiendo, leyendo infinidad de libros, pensando que no era el momento de publicar.
En ti hay reminiscencias de música, de literatura. A veces, lees algo que te convierte en otra persona. ¿Te pasó?
Las historias de Fez las había escrito en el blog tres años antes de ponerme con Martillo. En este caso, no era tanto la subjetividad, sino conseguir el texto. No me importaba tanto como yo lo veía. Quizás la entrada del blog era más subjetiva, pero cuando me puse con el libro quería que el texto superase a mi propio yo. Retomaba lo mismo, pero era como material de trabajo.
¿Por qué decides que la novela sea tan fragmentaria?
Tengo otro libro, que se llama El Jardinero, que espero publicar fervientemente, que también sigue ese estilo. Martillo, al principio, era una novela sin puntos y aparte. Luego, me di cuenta que el texto me pedía que fuese a martillazos, porque la idea era ir poco a poco martilleando la conciencia del lector. A parte, me di cuenta de que mi forma de escribir fluía mejor en base a fragmentos, como dejando cosas claras sin cerrar del todo, creando un efecto sinestésico. En ese aspecto, Martillo funcionaba perfectamente. Mi estilo, que es casi esquizofrénico, consigue llegar hondamente al lector de esta manera. Y yo me siento fluir, fue una decisión objetivo-estilística.
Cuenta José Óscar López que cuando te conoció, le revelaste que necesitabas irte al desierto. ¿Para encontrarte a ti mismo?
O para huir de mi mismo. Creo que es cierto que para encontrarme a mí mismo. Realmente, te diría que siempre ha habido una parte de mi que, tras el suicidio de mi padre, siempre ha estado huyendo, en guerra, sin paz. Lo que tengo claro es que en una sociedad como la occidental, que te está bombardeando a anuncios, que prácticamente no te deja paz, no es la adecuada para que una persona como yo encuentre la serenidad y la paz que le es necesaria. Las veces que he ido al Sahara, han sido veces en las que huía de mis problemas, pero en las que encontraba momentos que realmente merecían la pena, momentos puros en los que vaciaba la mente.
Todos tus viajes, a América, al Sahara, ahora a Méjico… ¿son huidas hacia delante?
Sí, estoy de acuerdo, pero hasta hace dos años, que llegué a Méjico. Ahí dejó de ser una huida. Los otros si fueron huidas, pasatiempos, incluso maneras de conocer mundos como el que abre un libro. Hace dos años fue una huida de España, pero no de mi mismo, como las otras veces. El consumismo español era la excusa que usaba de cara a los demás. Cuando tenía 30 años, pensaba que iba a llegar un momento en mi vida, más o menos finalizando esa década, en el que me iba a dedicar solo a escribir y a publicar, y me lo iba a tomar en serio. En este caso, el viaje a Méjico me sirvió para abrir Avería de pollos, y fue el momento de decir: ¡Basta ya de huir! Ahí pensaba lo que decía. Cuando llegué a Jalapa, encontré un buen trabajo y me sentí muy a gusto. Es una ciudad muy parecida a Murcia, que me venía genial para tranquilizarme y para poder empezar a publicar todos los libros.
En cuanto a lo que tengo que hacer yo en este mundo, independientemente de temas sociales, lo voy a hacer en Jalapa. Estoy empezando a conseguirlo, porque es un camino muy lento. Uno escucha música de ángeles en su cabeza, que le dice que vaya a por todas, pero de repente, cuando escuchas esa música, te das cuenta de que no te conoce nadie en las editoriales. Piensas que por fin estás preparado para ofrecer lo que tienes, pero falta el medio. Ahí es donde estoy ahora, pero lo acepto, estoy bien.
Cuando llego a Méjico, una de las cosas que quería hacer era curar mi neurosis y me rodeo de sanadores, chamanes, que trabajan con diversas fuerzas. De momento tengo el contexto perfecto para empezar a trabajar y no voy a ceder hasta que me muera.
Hablas mucho del momento social, unido al político, que se está viviendo en España. Has dicho que vamos a peor, no a mejor.
La situación es acorde a la que se está viviendo en el mundo occidental. Es una especia de dictadura muy similar a la de Un mundo feliz, construida y liderada por unas élites, que tienen su propio organigrama. No es diferente a la de Francia, pero tiene sus peculiaridades. En Méjico mataron a 43 estudiantes. Allí se pueden permitir matar, aquí no, aquí ponen tres años de carrera y dos años de tasas. Aquí te matan metafóricamente.
No es tanto de España como del sistema global. Los políticos no son otra cosa que los fuegos de artificio que necesitan las élites para seguir con su organigrama, que nos lleva a una dictadura blanda, casi peor que una dictadura fuerte. Aquí puedes hablar de lo que quieras, pero eso no significa que puedas cambiar la situación de ninguna de las maneras. Vamos a peor, pero en el fondo soy optimista, creo que en 10 años será todo diferente.
Antes has recordado lo difícil que es publicar en estos tiempos, pero en tu camino se cruza Balduque. ¿Qué te parece la editorial?
Me parece maravillosa, como un regalo de Dios. Cuando recibí la llamada de Balduque fue como un regalo. Es pronto para juzgar su trabajo, pero creo que en unos años las opiniones sobre ellos van a ser muy muy positivas. Es una propuesta bien cuidada, excelente.
¿Crees que las editoriales más pequeñas, independientes o underground, con las que están salvando la literatura? Mucha gente se anima a escribir porque saben que hay nuevas vías para gente novel.
Es que publicar en las editoriales grandes es casi imposible si no tienes un agente. No diría que están salvando la literatura, pero sí que se conozcan ciertos libros en el momento en el que se están escribiendo. Están salvando el presente de ciertos escritores y libros. Si no estuviera, habría que confiar en el tiempo y en la típica recolección que se hace 20 o 30 años después, de títulos que no habían aparecido.
Existe una generación muy potente de escritores en Murcia, ¿qué te parece?
Yo estudié Letras aquí, por lo que conozco a muchos de ellos. Tengo relación con ellos. Presenté Alma, de Javi Moreno, en Murcia. Me parece genial lo que están haciendo muchos de ellos. José Óscar López, por ejemplo, me parece muy bueno como poeta. Esquizorealismo, de Alfonso García Villabla me parece un libro impresionante, de esos que te da pena no haber escrito.
Siempre pregunto a todos los escritores qué prefieren, papel o libro electrónico. ¿Qué respondes?
Yo prefiero el libro electrónico, aunque me encanta el papel. Recuerdo cuando iba a Argentina, que me traía como 30 o 40 kilos de libros en la maleta, y era una odisea, me volvía loco. Ahora, en un USB, me puedo traer miles de libros. El libro electrónico me permite tener acceso a una literatura, que el papel no. Si te das cuenta, siempre estoy repitiendo y sampleando. Mi forma de leer es también así. Leo 5 o 6 libros al mismo tiempo. Leo 25 páginas de uno, luego 25 del otro… Mi forma de leer, aunque suene pedante, es rizomatica, como diría Gilles Deleuze. Necesito cuantos más estímulos, mejor.
Aún así, deseo que no muera el papel. Antes de esta entrevista acabo de gastarme 400 euros en libros físicos.
Entrevista: David Cano
Fotografía: Fran Bécares
Lugar: Socolá, Calle Mariano Vergara, 5.