Canto. Penumbra
Canto, penumbra
No.
No es la lluvia lo que canta afuera. Ni el tráfico suena bajo la ventana abierta. No se ha dejado ninguna pantalla encendida, ni el ordenador ni el televisor. Es una especie de estática en sus oídos, por eso no duerme. Como el ruido blanco de un televisor averiado dentro de su cabeza. Pero no se trata de una enfermedad, sino de un recuerdo: su ex marido pasa delante de ella con una pequeña bolsa de mano y abre la puerta delante de sus narices, se va y cierra con fuerza. Luego vuelve a pasar, de nuevo el portazo, y vuelve a pasar.
Ella intenta dormir, cierra los ojos en la cama pero la imagen se repite en su cabeza como si al lector de películas se le hubiera roto el láser y estuviera encasquillado en el mismo frame, hora tras hora. Ese frame averiado en su sistema de recuerdos es el ruido que no la deja dormir. Su ex marido largándose.
Se rinde y se levanta de la cama: en la nevera no hay nada para dormir, ni una puta valeriana. Podría bajar al chino y comprar tabaco pero luego vendrían las toses. Desde hace un año, cuando cae la penumbra de la tarde tose, se ahoga y necesita medicación para la garganta. El pánico a un cáncer de laringe la persigue por los bares y reuniones donde fuma con los amigos. El cáncer de laringe supone morir muda. Sola y además, muda.
-Si tengo que llevar un agujero abierto en el cuello me tiro al río.
Pero peor es llevar un agujero en el estómago. Ah no, una colostomía, no. Eso sí que es para tirarse al río. Aunque por el camino que lleva, vomitando todas las noches, no es de extrañar que consiga también un cáncer de colon o como se llame.
Como no hay ni una puta valeriana, se corta un trozo de pizza de la semana pasada y enciende la tele, en Sálvame Deluxe siguen discutiendo sobre la Panto. La pantalla reproduce espectacularmente las voces, las posturas, los movimientos bruscos de los periodistas que hoy parecen haberse tomado dosis doble de lo que se tomen. Como es verano, la recepción digital muestra interferencias frecuentes. La alta tecnología coreana no puede prever las condiciones de humedad, acidez y calor del Levante español, en una ciudad cuyo aire viene de alcanzar los 52oC, donde no ha llovido en un año y las tormentas que no han podido descargar en su hora provocan un ambiente electrificado: no se oyen las chicharras sino las estáticas de los aparatos domésticos.
En la tele, la cara de un colaborador se pixela y se detiene en un poderoso gesto de fuerza que proviene de los miles de euros que se van a llevar por el programa. Parece cantar. La pantalla fosforece un segundo antes de proseguir emitiendo. Su ex marido vuelve a pasar con su bolsa y a cerrar la puerta con fuerza. Si pudiera darle al play de la cabeza, ella sería feliz. Es como si su memoria se hubiera quedado atascada en el frame de aquella despedida. Repite una y otra vez… ¿Cómo se da al avance rápido de la mente? Tiene que avanzar. Tiene que salir de ese recuerdo. Enciende el portátil para ver qué hay en las redes sociales, seguro que en el Facebook hay algún insomne que está harto del poli del Deluxe, o que se pregunta algo, como ella.
Escribe en su perfil: “¿Qué hay tras el portazo?”, pero enseguida le surge también: “¿Por qué?”. Entonces se da cuenta de que ella no sabe todavía por qué su ex se fue sin despedirse, sin decir nada. “¿Por qué el portazo?”. Inquietud, sorpresa, eso es el ruido que no la deja dormir. No poder comprender, no poder aprehender un hecho tan importante de su vida.
El portátil sobre las piernas molesta mucho, está muy caliente. De la nevera coge otro pedazo de pizza. La nevera también suena como estática blanca. Menuda noche. Es viernes. Como no ha encendido ninguna lámpara, toda la casa está en penumbra y canta en estática. Los vecinos salen del edificio vestidos de fiesta, de lo que cada uno entiende como fiesta: Marta lleva el pelo suelto y falda larga color lavanda con sandalias, en su camiseta dice que la carne es asesinato. Matilde sale del brazo de su esposo con un traje chaqueta estilo pertegaz blanco y negro, solapas negras, bolso blanco, muy París.
-Me van dejando sola con mi memoria.
Canta ella. Entonces se da cuenta de que lo ha dicho en voz alta, en la umbría del balcón abierto.
En la nube, decide buscar un vídeo antiguo, lo reproduce con un dedo lleno de queso fundido y tiene que limpiar las teclas con un kleenex, cuando vuelve a mirar el vídeo que ya corre en la pantalla del portátil, su ex marido y ella están abrazándose como dos adolescentes. Es de noche, están en una pequeña calle llena de amigos, celebraban algo, la luz es cenital, fría, titilea como apagándose, la imagen no es nítida y detrás de ellos, el solar parece un pedazo de Taiwan, con cables y postes, pero también cortinas rojas decadentes, paseantes en coches destartalados, letreros luminosos lejanos y desenfoques. Algunas escenas de David Linch tenían este aspecto. Pulsa de nuevo el play del vídeo. Su ex la abraza otra vez. Pero dentro de su cabeza, él sale por la puerta. Play de nuevo. Recuerdo de nuevo. ¿Cómo se da al play de la cabeza? ¿Qué hay después de que él salga de su vida? ¿Y antes? ¿Por qué el portazo? Los mocos resbalan por sus mofletes rellenos de pizza. Cosas viscosas pálidas. Las lágrimas y el queso para pizzas.
Cuando vuelve a la cama tiene la sensación de moverse a cámara lenta, un ruido como de estática desde la ventana la sorprende.
¿Es lluvia?
Las pantallas se han quedado apagadas, la nevera está cerrada. Nadie responde, ni suena nada como ese ruido blanco. También en la cama, ambos se abrazaban. Por supuesto. Y en el sofá. Frente a la tele.
-Me da igual. Pon lo que quieras.
Decía él. Pero los programas del corazón le disgustaban. Prefería el fútbol y las pelis donde saliera Leonor Watling. Leonor: nombre de reina. La próxima de España, sin ir más lejos. Pero también Leonor de Aquitania, la que mató, mintió, extorsionó y manipuló incluso a sus hijos hasta que consiguió el trono para Ricardo. Reinar en la propia mente: algo imposible, ¿hasta cuándo? No más queso para pizzas en la cara, se propone, y se limpia los ojos con papel del baño.
-Mis mandos a distancia son mi cetro.
Piensa ella ahora. Con los mandos controla la repetición de su amor. La repetición del vídeo donde se amaron. Lo otro, el frame averiado que parece atascar sus recuerdos, no tiene arreglo. Su ex se larga sin explicaciones y ella lo piensa y repiensa cada noche. No es una canción sino un canto en la penumbra de su memoria. Un canto vanguardista: video-repeticiones y ruido blanco. Una ópera del siglo veintidós, solemne, irónica, ajena al sentido. Un John Cage del recuerdo. Su ex… no, su amor. Hace tiempo que ya no le llama amor ¿es ése el avance rápido de la memoria?
La lluvia es tan bruta en agosto… Caen enseguida rayos y truenos, el agua entra por la ventana del dormitorio. Cuando acabe la tempestad, el nivel de agua en el aire y la temperatura ambiente conseguirán que el Levante parezca Shangai, Honk Kong también. Ella sabe que el puerto de Cartagena es negro, pero ama esa suciedad tan neoyorquina, tan ciberpunk. La zona salvaje, mezcla de niños chillones y horteras que ella y su ex paseaban, deseando encontrar un atracador, un club de baile lleno de asiáticos, un barco zarpando sin luces. Visitaban el puerto en la noche, deseando amar, como dice aquella peli.
Cuando los pescadores duermen, ellos acudían al mar industrial del puerto. El oleaje consiste sobre todo en sonido: es un rumor irregular por principio pero que al repetirse incesante se vuelve monótono, parece repetir patrones de ruido. Parece, a la larga, una televisión analógica encendida. ¿Qué hay detrás del puerto? ¿Y detrás del portazo? ¿Y después?
Hay una constante: una conexión averiada el mar y el amor. Las cosas analógicas pro- ducen ruidos eléctricos. ¿Sueñan las ovejas…? No. Ovejas eléctricas, no. Barcos que zarpan sin luces, con el casco cubierto de madréporas y berberechos. Luces de neón donde el amor sucedía.
No es la lluvia lo que no le deja dormir. Nadie llueve en agosto. Pero canta.
No.
Obsesivamente se amaron.
Tampoco.
Texto: Cristina Morano – Ganadora del I Concurso de Relato Corto de Revista Magma
Foto: Fran Bécares