El hombre que dormía en una caja de piedra (No-crónica del concierto de Benjamin Clementine)
Gaviotas y un cielo azul vespertino. Y el silencio, el que se vive en la derruida Catedral de Cartagena y que, en un gran acierto, La Mar de Músicas ha vuelto a dar vida para albergar conciertos. Pero lo del martes 22 no fue solo un concierto, fue una declaración de intenciones de un artista y unas cien personas rendidas a los pies descalzos de Benjamin Clementine.
No se hizo esperar. A las 21.30 horas estaba previsto y a las 21.30 horas, con el sol cayendo por el puerto cartagenero, una voz en off dulce y acompasada, que parecía provenir de los añejos muros del templo, nos explicaba quién era Benjamin, qué nos íbamos a encontrar. Se quedó corta. El silencio volvía a aparecer y un espigado artista, con un pelo afro que rozaba el cielo y una chaqueta o bata de terciopelo, se dirigía al piano de cola que le llamaba a gritos. Comenzaba un ritual que, los que asistimos, difícilmente olvidaremos.
Benjamin supo combatir el desconocimiento popular de su obra (con solo tres canciones publicadas) con un concierto de una hora interpretando canciones de su EP, Cornestone, futuras publicaciones que verán la luz en Agosto bajo el nombre de Glorious You (que se publica el 25 de agosto), y versiones de Pavarotti y Satie. Durante esa hora, el atisbo de desnudo interior se transformó en llamadas de atención, lamentos, convicciones, personalidad, quejas hacia una sociedad que, meses antes, pasaba a su lado sin inmutarse y mañana se pegará por una entrada de cualquiera de sus conciertos. Una hora desde lo más profundo y personal de un artista que se denomina “el artista de la gente”.
Una montaña rusa de escalas vocales hacía que el público, nada más empezar el concierto, vibrara con el alma de Clementine. Su Cornerstone, en el que repite más de una vez que está solo, que el amor que le muestran ellos no es real y que, ahora, este es el sitio al que pertenece, agudizó los sentidos de los espectadores y, como transportados por el mar, el silencio se fue poco a poco convirtiendo en magia.
“I dream, I smile, I walk, I cry”, así de sencillo reza I won’t complain, tema que resume las intenciones como artista de Benjamin, muchos lo comparan con Antony Hegarty, Amy Winehouse o Nina Simone. No es ninguno de ellos, es partículas de todos. Y así de sencillo. Se despidió, con el público puesto en pie, aplaudiendo rabiosamente y obligando a Benjamin a volver, visiblemente emocionado y agradecido, a retomar el concierto.
Si la música consigue emocionar, es obvio que a nosotros nos emocionó cada segundo de su show. La música hecha desde el respeto pide paso: sobriedad mezclada con técnica, dolor con intensidad y un marco incomparable hizo que, días después del concierto, aún tengamos la impresión de que hemos sido unos privilegiados.
Texto: Ramón Gómez y David Cano
Fotografías: La Mar de Músicas