Francisco Miranda: “Sin un bagaje cultural, de pensamiento y de arte, somos títeres”

Francisco Miranda Terrer piensa antes de contestar. También le tiembla el labio inferior a la hora de proyectar las primeras ideas como respuesta a las preguntas de quien le entrevista. Este abogado cae en las páginas por amor propio, por necesidad de contar lo que ha vivido y ha sentido en un relato conectado de música, filósofos, política, drogas y amores platónicos. Primero fue Pantanosa, ciudad-lugar-idea que te oprime, y no te deja respirar. Ahora, con El Laberinto del Albayzín, sigue con la prosa contagiosa y decidida de su primera obra. Sentados en una cafetería frente al Teatro Romea, lía un cigarrillo y espera erguido la primera embestida.

¿Qué pueden aportar las drogas a las sociedad?

Yo no soy un defensor de las drogas. En este tema, me guío por Escohotado, me sirvió mucho leer lo que decía. Las drogas son útiles, pero depende esa utilidad del uso que se les de. No es tanto defender la droga, como un determinado uso, el de la ilustración farmacológica, como lo llama Escohotado. Yo, por el hecho de que mi madre es farmacéutica, he tenido contacto con las legales de una forma natural, desde muy pequeño, y no es algo que me asuste. A mí, me han aportado muchas cosas. No sé si lo que me han aportado puede servirle a los demás, conozco a gente que le ha servido, y a gente que le ha destrozado la vida. Me han aportado otra perspectiva a la hora de abordar el autoconocimiento: mirarme a mí mismo, y al mundo que me rodea, desde un punto de vista no convencional. Aparte de eso, que es su valor fundamental, también se disfruta la parte lúdica y hedonística.

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Hablando de Escohotado, en Pantanosa cuentas la anécdota de que entraste en una conferencia suya, y que de ella, salió otra persona diferente.

Sí. En la conferencia vi que se podía hacer una crítica feroz del poder y que no pasaba nada, que se podía hablar de las barbaridades que comete el poder sin ningún problema. En ese momento, yo estudiaba Derecho y me irritaba enormemente que no se hiciera ninguna crítica de la legislación. Por otro lado, yo descubro en esa conferencia la palabra autogobierno, que antes solo la había escuchado referida a los nacionalismos. Escohotado hablaba del autogobierno individual. Él se expresa con mucha naturalidad, es un tío con una cultura amplísima, y es un gusto escucharlo.

Pantanosa es el topónimo de Murcia, ¿por qué eliges Murcia para contextualizar tu novela?

Me interesaba y era mi prioridad, en ese momento, hacer una indagación de la verdad con lo que escribía. Ni me planteé la posibilidad de que se pudiera desarrollar la historia en otro sitio. Le cambio el nombre, y así lo convierto en una realidad física, en una idea, de cualquier cosa que te oprime. No me planteaba otra cosa que no fuera seguir el dictado de mi memoria.

Es una novela de ideas, de tus ideas.

Sí, puede ser que algunas hayan cambiado, sobre todo en lo referente a la política, que se han matizado mucho más, pero en Pantanosa expongo mi ideario, el que tenía entonces. Ahora no lo expresaría así, habría cosas que explicaría de otra manera, pero sigue siendo mi ideario.

¿Crees que cuando somos jóvenes, tendemos a radicalizar nuestras ideas, y cuando maduramos, nos tranquilizamos?

En mi caso, la radicalidad va en aumento conforme pasan los años. También aumenta el conocimiento de lo que tienes alrededor, por lo menos en política. Yo me hago más radical cuanto más pasa el tiempo y los gobiernos. Comprendo lo que dices, pero yo lo he vivido así, a lo mejor dentro de unos años se me pasa, pero por ahora, el proceso es de radicalidad en aumento.

¿Es difícil desnudarse para conseguir escribir una novela autobiográfica?

Es difícil, hay veces que te duele recordar cosas, indagar en ellas, pero no el hecho de exponerlo después. Te puede dar un poco de pudor, pero no es esa la dificultad, sino ponerte a recordar lo mas ecuánimemente posible lo que has vivido.

¿Aún tienes la sensación de que Murcia es un sitio pequeño, en el que siempre te encuentras con la misma gente, ves las mismas caras…?

No, Murcia ha cambiado mucho desde los años 90 hasta ahora, por lo menos la Murcia a la que yo tenía acceso entonces. Para mí era un sitio aburrido, en el que apenas habían conciertos, nos echaban de los bares muy pronto… Pasaba que, en el ambiente en el que yo me movía, percibía un desprecio por las cosas que a mí me interesaban, que era la literatura. Luego se ha demostrado que sí, que había mucha gente interesada. Pero mi mundo, que era la facultad de Derecho, era completamente ajeno a eso.

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¿Sigues saliendo por Murcia?

Ahora salgo más. Además, con más placer. Antes salía más para desfogarme y desahogarme de frustraciones, dolores y soledades, y ahora no. Ahora salgo porque me apetece y me lo paso bien, no por cumplir un ritual.

También vemos en el libro cómo las diferentes lecturas te van formando como persona. ¿Crees que es así?

En mi caso, sí. De hecho, no se me ocurre otra manera de formar una personalidad, si no es a través de un bagaje cultural, de pensamiento y de arte. Sin eso, somos títeres, no somos personas autónomas.

¿Cuál es la necesidad que cubre la literatura?

El hecho de que a uno le cuenten historias, es una necesidad natural de la humanidad. Está ahí desde siempre, y seguirá estando. Otra cosa es la calidad o profundidad de esos relatos.

En Pantanosa también está muy presente Miguel Espinosa, ¿crees que es un escritor al que no se ha puesto en el lugar que se merece?

Ahora, por lo menos, se pueden encontrar sus libros por Murcia, antes era muy difícil. Tampoco es un escritor que esté llamado a las masas, es un escritor muy complejo, profundo y heterodoxo, y es normal que no tenga un número masivo de lectores. Quizá no se le trató como se merece en vida, pero creo que se le va a seguir leyendo.

¿Qué te parece la nueva generación de escritores que se está formando en Murcia?

Muy sorprendente, y a mí me da mucha alegría y me estimula. Lo de Javier Moreno, por ejemplo, me parece excepcional, me parece un autor muy, muy bueno. Ha sido una sorpresa porque yo no había tenido contacto con el mundo literario, iba a mi bola. De alguna manera, los sientes cercanos, aunque algunos no estén aquí (como Moreno o Franky Béjar). Además, es que son buenos, no es que estén tanteando a jugar a ser escritores.

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Música y educación

Leyendo Pantanosa, ves como el protagonista se queja de la falta de vocación de algún que otro profesor de la facultad de Derecho. Ahora, el informe PISA nos revela como uno de los países con peor sistema educativo, ¿qué te parece?

Evidentemente, con siete leyes de educación en 35 años, ¿qué puedes esperar? Nada más que eso, ¡y demasiado bien sale! Es imposible, con tanta ley, crear un sistema educativo decente.

La música también es un aspecto importante en tu vida. ¿Sigues siendo un melómano?

No oigo tanta música como antes, que estaba todo el día con música estuviera donde estuviera. Ahora, no tanto. Si no existiera, me costaría mucho aguantar el día a día. Hay músicas que a mí se me hacen necesarias.

¿Cuáles?

Ciertos grupos por los que tengo debilidad, como Los Planetas o Extremoduro. Es una música que me ayuda a levantarme. Pero sobre todo, música clásica, en la que he profundizado y he llegado a sentir y a experimentar cosas muy unidas a la pintura. Creo que voy, poco a poco, entendiendo mejor esta música, y es apabullante. A donde a mí me ha llevado la música, pocas cosas me han llevado.

Revolución ciudadana

En Pantanosa hablas de las protestas del 0,7%, que se hicieron en la calle, muy parecidas a las del 15M de hace unos años. ¿Qué te parecieron las protestas de mayo de 2011?

Durante el 15M, estuve una semana entera durmiendo en La Glorieta. Entré en la comisión jurídica, y salí bastante desencantado. No creo que se pareciera mucho al 0,7%, ya que en este caso lo que movía a la gente era el dolor ajeno, no el malestar propio. Salí desencantado porque, lo que yo viví aquí, en Murcia, fue muy diferente a lo que vi en Madrid o Granada. Aquí, tras cuatro comisiones, me marché, porque no me dejaron ni hablar. Decidían cosas al margen de la asamblea e incluso al margen de las propias comisiones; existían dos o tres elementos de liderazgo que tomaban decisiones sin contar con los demás, y eso no me gustó. Vi una avidez de poder que me dio mucho miedo. Vi mucha gente que lo que quería era que le solucionaran los problemas, y se supone que la democracia consiste en que tú tomes parte. Por otro lado, yo, que tenía una fe grande en la democracia y en las asambleas, al ver en carne propia que es muy difícil que un grupo de gente se comporte de manera racional, me fastidió. Y por último, creo que estaba ideologizado. Vi un componente de izquierdas en el movimiento, que me parece muy respetable, pero que se quería vender que estaba más allá de la izquierda y de la derecha, y no era así.

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También hablas en Pantanosa del servicio militar…

Sí, yo iba para insumiso, pero Aznar lo quitó del código penal. Lo hice porque me parecía evidente, ¿cómo, con 17 años, voy a vestirme de militar, voy a coger un fusil, y voy a aprender a matar para defender a la patria, que es algo que no me entra en la cabeza? Quizás el ejército serviría para algo si le quitases las armas, pero entonces serían bomberos u otra cosa, no militares.

Hablas de democracia y del método asambleario, ¿crees que la democracia es, de lo malo, lo mejor?

No lo sé, no sé si en política hay algún sistema bueno. Por lo menos, la democracia es el más justo, porque en teoría, da la misma capacidad decisoria a todo el mundo. Yo hablo de democracia directa, a mí los partidos políticos no me parecen que tengan nada de democrático, de hecho su propia estructura no lo es. Vivo en una permanente tensión entre el deseo de defender la democracia, y por otro lado, el convencimiento, cada vez más profundo, de que en política no hay nada que hacer, que el ser humano en grupo es un desastre.

Vamos a centrarnos en El Laberinto del Albayzín, ¿es la segunda parte de Pantanosa?

Es la continuación. Cronológicamente, en el momento que acaba Pantanosa comienza El Laberinto. Es un viaje a la intimidad, como Pantanosa, aunque más breve.

En él, hablas de los problemas psicológicos que pasaste en esa época, en Granada…

Sí, en el libro cuento mi experiencia como psiquiatrizado. Llega un momento en el que sufro una crisis psíquica, y me someten a un tratamiento que se me hace muy duro, que no se me va a olvidar en la vida, porque, además, disiento de las perspectivas de esos tratamientos. Allí, el único motivo que se me daba para que aquello hubiera ocurrido era mi consumo de drogas. Y yo, en eso, no podía estar de acuerdo, porque creo que había otros motivos de carácter ético, no fisiológico.

A partir de ahí, hablas de la antipsiquiatría, de la psiquiatría humanista, que te ayudó bastante.

Sí, leí un libro de Thomas Szsaz, que se llama El mito de la enfermedad mental, que hablaba de eso, de los elementos de tipo ético que intervienen en un proceso de este tipo, de la así llamada enfermedad mental. Fue muy importante porque me permitía tomar cartas en el asunto. Hasta entonces, yo había estado al arbitrio de mi psiquiatra, que me decía haz esto y tómate lo otro, y deja el tiempo pasar. Como si yo no pudiera hacer nada. Leyendo a Szsaz, de lo que me doy cuenta es de que el problema es mío, que lo soluciono yo, o no lo va a solucionar nadie. Y que no es tanto un problema médico, como ético. El problema es mío, que he sido un irresponsable y no he querido aceptar las reglas de juego sociales, y lo he pagado.

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La ley del mar

Fuiste marino mercante…¿cómo llegas a ese trabajo?

Llegó por rebote del Derecho. Acabo la carrera y lo último que quería era dedicarme a la abogacía. También lo hago por romanticismo literario. A mí me habían encantado, desde que empecé a leer autores como London, Conrad, Melville, Stevenson… Y me parecía que era una buena escuela de escritura. Fue por un rechazo del Derecho y por un desconocimiento total de lo que era ser marino mercante, porque no tiene que ver lo que yo leí, con lo que hay ahora. Fue una especie de sueño, que al final pude cumplir.

¿Qué enseñanzas positivas sacaste de esa experiencia?

Reconocer mis límites, fundamentalmente, y saber que aquello no estaba hecho para mí. También pude conocer la dureza del trabajo manual. Yo había trabajado en el campo, pero los límites físicos a los que llega la gente de la mar son tremendos. Se ven las cosas muy distintas desde un barco.

Como abogado, ¿qué piensas de la derogación de la doctrina Parot?

Lo que no se puede hacer es ir contra principios básicos del Derecho. Hay un principio, que es la irretroactividad de las normas más graves, es decir, tú no puedes sacar una ley que agrave la pena de un determinado delito, y aplicarla a supuestos anteriores a su promulgación. Eso es lo que habían hecho, y con razón viene el Tribunal de Derechos Humanos y les dice: “señores, el Derecho Penal no admite esto”. Yo entiendo que a la gente le duela ver salir a un etarra o a un violador, pero no sé si habrán ido mucho a cárceles, yo creo que 20 años de cárcel es un castigo ya excesivo. Yo soy de los que son críticos con el régimen penitenciario, ya que me parece que el dinero que se invierte en eso, que es pura represión, si se invirtiera en lo que dice la Constitución, que es reinsertar al reo, no harían falta cárceles. Siempre van a haber elementos perniciosos, que no tienen arreglo, pero nunca creo que la cárcel sea la solución.

¿Crees que debido al momento tenso que se vive en política y en temas sociales, la gente puede recurrir a la violencia?

Parece, o por lo menos yo lo veo así, que está más cerca una explosión social que un simple cambio de instituciones y valores. Sin embargo, creo que esa percepción es falsa, que si algo tiene que ocurrir, no va a ser tanto el estallido, sino un cambio racional. Puede que si seguimos dentro de unos años de la misma manera, si ocurra, pero ahora no veo que la gente tenga ninguna gana de usar la violencia. Si acaso, el poder, que es el único que parece ansioso por apalear gente.

La nueva ley de Seguridad Ciudadana, llamada “ley mordaza”, está dando que hablar…

Me parece un desastre. Se parece mucho a una ley que sacó Hindenburg, durante el Tercer Reich alemán. Creo que el PP tiene miedo, porque saben que están pringados hasta el cuello por mil asuntos de corrupción, que incluso controlando a jueces, policía y fiscalía, los siguen imputando… Tienen miedo de acabar todos en la cárcel. ¿Qué pasa cuando uno tiene miedo? Pues que se vuelve violento, se vuelve peligroso.

Entrevista: David Cano Gea

Fotografías: Elena Merino

Lugar: Cafetería Kuss, plaza del Teatro Romea, Murcia

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Sobre el autor

Periodista y escritor de 26 años, especializado en temas de literatura y redes sociales. Su bagaje le ha llevado a trabajar en medios como Canal + y La Verdad de Murcia, además de colaborar con distintas webs de temática literaria y editorial. Ganador de un accésit en el certamen Creajoven de Literatura por el relato ‘Redención’. Murciano convencido de que en esta ciudad hay un fuerte volcán lleno de creativo magma y que debe recordarse para que no caiga en el ostracismo.

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