José Óscar López: «El delirio está unido a la vida, y si la literatura no habla de la vida no sirve para nada» (Parte I)

Nacemos en la oscuridad y gritamos ante la luz, cegados por la realidad, aterrados por todo lo que vendrá. “Nunca pierdas la inocencia”, nos susurraban, ¿pero cómo tratar el delirio entonces? ¿No merecía el abismo una última bajada? Rayos de luz, relámpagos, látigos y puñetazos de consecuencias cósmicas: oímos a los superhéroes protegernos, librar la batalla que antaño solucionaban, a saber, los sagrados héroes de la mitología griega. Escuchamos la melodía, el ruido, los sonidos solaparse en una perfecta remezcla, pero no podemos ver lo que sucede. ¡Tantas veces nos hemos repetido lo que es la realidad! Y ahora que la tenemos delante… ¡qué! Estas cuatro paredes saben nuestras debilidades, nos oprimen hasta que el jugo sale y sólo queda una cáscara. ¡Sal de mi cabeza! Pero imaginamos también un eco que va desde la periferia hasta el centro formando un champiñón que borra la existencia. El lenguaje quizá no sirva para nada. Pero es lo único que tenemos, decía Beckett. Disfrutar, la vida como acto suicida hacia el amor, y morir, los segundos como lentas cuchilladas que nos apartan de los demás. Hemos hecho pocos puzles, ¡o los hicimos y los fijamos para enmarcarlos! Éramos tan ingenuos. ¿No era todo esto un inmenso mapa lleno de piezas que se unirán y recogerán, se juntarán y se irán, se pensarán únicas y tendrán que adaptarse continuamente? El detalle lo era todo. Lo éramos todo. No tuvimos perspectiva porque estábamos cegados desde el principio. Aunque las ruinas hablan sobre otros tiempos, arcaicos, mejores. Nos engañan. Sentimos la melancolía. Nos invade y entonces… El paseo demuestra sus frutos. Una nota garabateada en microgramas. Un manuscrito mecanografiado. Y empezamos a leer lo que ellos empiezan a leer.

José Óscar López (Murcia, 1973) estuvo aquí, se aferró a la vida todo lo que pudo, sufrió instantes demoledores, apuntaló cuando hizo falta y se recompuso. Tuvo paciencia, mucha. Dibujó sin parar seres del futuro y escribió, claro, escribió sin parar porque era lo que mejor se le daba: Los nuevos dioses (2001), Los cuadernos portátiles (2001), Agujeros (2002), Los monos insomnes (2013), Nosotros los telépatas (2013), Vigilia del asesino (2014), Llegada a las islas (2014) [caracteres ilegibles]. Cuando la civilización estalló y el Mal ganó otra vez una partida ya demasiado predecible, permaneció. Permaneció en el corazón de sus lectores, que es, quizá, la mayor aspiración de un autor.

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No-comenzar, emplazarse en el no-lugar, perderse: si fueras un superhéroe, ¿cuál serías? ¿Cuáles serían tus superpoderes, tu identidad o la finalidad de estos?

Me es muy difícil imaginarme como superhéroe, muchas veces ya me cuesta suficiente trabajo sencillamente despertar por las mañanas y hacer lo que tengo que hacer. ¿Un poder? Bueno, por ejemplo la invisibilidad, me gustaría. O volar, claro, volar.

¿La telepatía, como en tu cuento Nosotros, los telépatas (2013)?

La telepatía, más que algo deseable, sería una pesadilla. Aunque en mi cuento tenía un propósito bueno, al final. ¡Pero no revelemos el final!

Lo digo porque, como cuentas en Encuentros con entidades: mis experiencias con los superhéroes, tu ensayo recogido en la antología Los Supremos (2013), los cómics fueron desde tu infancia una fuente de inspiración: «mi infancia son recuerdos, por ejemplo, de dos o tres tebeos de superhéroes que mi padre guardaba en un cajón.».

Bueno, sí, esto lo escribo para un artículo sobre los superhéroes que me encargan, sobre mi experiencia lectora del género. Es una de mis viejas lecturas preferidas que mantengo, me gustan mucho los cómics en general.

Además, siguiendo con este ensayo, analizas estas personas todopoderosas desde una perspectiva relacionada con la violencia, la barbarie y los ejercicios espirituales en una vía muy relacionada con la lectura que hace Barthes de Sade, Loyola, etc.

Son personajes que me resultan curiosos por la exageración que presentan, dioses vestidos como payasos, malabaristas nucleares, ¡gente que viste con los calzoncillos por fuera! Creo que reflejan muy bien la locura en que vivimos envueltos. En ese artículo traté de analizar cómo estos personajes representan muy bien los excesos de nuestra sociedad. Los superhéroes, por ejemplo, son los únicos individuos que pueden moverse por todos los espacios de esas grandes urbes llenas de rascacielos, habitar esa verticalidad, sortear sus grandes espacios. O convivir con la energía nuclear, muchos obtienen sus poderes de algo tan terrible como la radiactividad, por ejemplo. También tengo que aclarar una cosa, a mí los superhéroes me interesan mucho por algunos cómics, pero no puedo decir que sea un género que me entusiasme en general, porque es como si me preguntas que si me interesa el western como género: más bien, me interesan algunos westerns, el género ha dado algunas obras maestras, películas que amo, pero no me gustan todas. Volviendo al artículo, me pidieron que analizase el superhéroe y uno de los ejes de los que parto es el libro Sade, Fourier, Loyola de Barthes, me parecía interesante partir de esa doble cara que tienen los superhéroes: por una parte son santos porque hacen el bien, mientras que por otra parte son sádicos porque están todo el día a puñetazo limpio, ejerciendo la violencia.

Me interesan obras concretas, como te digo, en mi memoria lectora están por ejemplo Watchmen o El regreso del señor de la noche como lecturas que me deslumbraron, que me demostraron a mí y a otros lectores que se podían hacer otras cosas dentro del género. Me pillaron en el momento justo, aún estaba en el instituto, algunos compañeros y yo ya leíamos cómics de superhéroes desde el colegio, pero de repente empezaron a publicarse todas esas obras rompedoras. Con Crisis en Tierras Infinitas, por ejemplo, supe por primera vez de la noción de los universos paralelos. Y estaba narrado de aquella forma tan espectacular y tan dramática. Y poco después llegó el sello Vértigo, el Sandman de Neil Gaiman, imagínate.

Por volver a personajes más clásicos, superhéroes, propiamente, también me interesaron mucho en su momento los X-Men porque defendían una sociedad que al mismo tiempo les perseguía, los condenaba a ser proscritos. Y los conocí además en la versión de John Romita Jr., que era un dibujante muy moderno en esa época, muy punk, muy new wave, los personajes parecían una mezcla de los Ramones y los Talking Heads, eran como una novela de Burroughs protagonizada por el Bowie de Ziggy Stardust o Aladdin Sane. Los 4 Fantásticos también me encantaban porque son superhéroes pero ante todo son una familia, y están rodeados de una serie de personajes secundarios fascinantes, como Silver Surfer o Los Inhumanos, seres también marginados a su manera, dotados con grandes poderes pero a la vez con circunstancias trágicas a cuestas. Todo eso elabora una mitología muy peculiar, muy psicodélica. Y nociones como a Zona Negativa… Son personajes y escenarios creados por Jack Kirby, dibujante que siempre me ha fascinado por su inventiva inagotable, su gran fuerza expresiva. Y esto también es importante y quiero aclararlo: me encantan como cómics, porque están dibujados. Fuera del medio, en cine, por ejemplo, los superhéroes ya no tienen por qué interesarme.

¿No? ¿Piensas que en la última década se ha desvirtuado la esencia original del cómic con su adaptación al cine o con la etiqueta novela gráfica?

No tengo ningún problema con la etiqueta de novela gráfica, y en cuanto al cine es que es otra cosa, puede haber buenas adaptaciones, pero a mí en principio los superhéroes me gustan en dibujitos. Es su esencia. Una buena adaptación de Moby Dick al cómic puede ser interesante de por sí, pero el Moby Dick original, la experiencia Moby Dick, es intraducible a otro medio, porque toda su potencia, en su caso, está en su textualidad.

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Sí, la potencia de la literatura en sí es, como bien dices, inigualable. Antes mencionábamos a Sade, pero parece que ha sido un autor clave para ti desde el principio, o eso comentó Soren Peñalver en relación a tu cuento, ganador del año 2000, Un jardín de cuentos para la eternidad: «Miranda es una suerte de Juliette sadeana, aunque más ingenua que inocente y más instigadora que víctima».

¡Ha pasado tiempo! Sí, ese cuento era una especie de contra-Sade. Siempre he tratado de darle al erotismo, cuando lo he escrito, una forma paródica o exagerada, aunque supongo que ese tono paródico o exagerado lo intento en casi todo los relatos que escribo. Practiqué en alguna ocasión ese género como practiqué el resto de géneros, lo que intentaba aquellos días era tocar palos distintos, experimentar con géneros distintos. ¡Escribía muchísimo! Menos mal que publicaba muy poco, traté de convertirme sin demasiado éxito en un cazaconcursos. Me hizo gracia descubrir más tarde que Bolaño lo fue, en el primer texto que leí de él, el primer cuento de su Llamadas telefónicas. Bueno, en aquella época, todos mis amigos se presentaban a concursos. Yo venía de Lorca, era un refugiado de su biblioteca pública, y de repente me instalé en Murcia y la euforia de la independencia se mezclaba con el hecho de que todos mis amigos también querían ser escritores, como yo. Nos pasábamos todo el día hablando de libros, escribiendo cuentos o poemas, persiguiendo concursos.

Pero fue el primer premio que ganaste, ¿no?

Fue uno de los primeros, sí. El primero… fue el accésit del Francisco Sánchez Bautista, con un cuento en el que la mirada sadeana, pienso ahora, era la del chico. Eran dos enamorados en la playa, él estaba trabajando en una tesis, y todo partía de una cita de Bob Dylan: «Te dejaré estar en mis sueños si tú me dejas estar en los tuyos». Entonces, ambos empezaban a soñar los mismos sueños y al final ella quedaba atrapada en los sueños de él. ¡Es verdad esto de lo sadeano, no lo había pensado! Y pienso también en el cuento que da título a Los monos insomnes, que tiene un desenlace ya no sadeano, sino directamente sádico, ¡hoy sería incapaz de escribir un final así! En este libro recojo dos cuentos de hace, por lo menos, quince años, de esa época de la que te hablaba y en la que probaba con todo tipo de géneros y estilos. “Para engañar a la muerte”, es también de esos días. El resto de los cuentos ya son muy recientes, y qué curioso, creo que ese punto sadeano lo he perdido luego. Pero el libro sí mantiene esa pluralidad de tonos y de géneros.

En Agujeros, de hecho, encontramos este verso: «me encantaban / las sombras, la fascinación, el miedo. / Oh, la fiebre. El delirio.», que me recuerda a la locura que desde la segunda mitad del siglo XX aportaron los deconstruccionistas (Derrida, Deleuze, Barthes) y, quizá de una manera más tardía, la ruptura de escritores pop como Agustín Fernández Mallo o las remezclas afterpop de Eloy Fernández Porta.

¡Sí, pero eso es de Agujeros, que se publica en 2002! ¡Yo no había leído nada de eso! Ni siquiera había leído a Mallo y a Porta cuando escribo Llegada a las islas. Me sorprende mucho, claro, cuando los leo después. El Afterpop de Porta me encantó, descubro a alguien que tiene las antenas puestas en cosas que a mí me interesaban, y me enseñó muchísimo, me divertí muchísimo con ese libro. Con Mallo también me pasó que descubro a alguien que comparte intereses conmigo, de alguna forma. Pero no creo que ejerzan una influencia directa. Citas también la deconstrucción, pero yo la leo de forma tardía. Siempre me ha interesado mucho la filosofía, pero hasta no hace mucho no me atreví con ella, me daba miedo no entenderla. De pronto, me pongo a leerla y me fascina, claro. Descubro que muchas de las cosas que yo trataba de decir en Llegada a las islas, ellos ya lo habían dicho hacía tiempo y mucho mejor que yo, evidentemente. Cuando digo “ellos” hablo de Deleuze o Derrida, pero también de Platón. ¡Así que era esto lo que yo trataba de decir!, me dije. E incluí algunas de esas citas en Llegada a las islas, las añadí a posteriori.

No había pensado en la relación entre ese delirio del que hablo en Agujeros y la fascinación que me produce, mucho después, el descubrimiento de la obra de Deleuze. Es curioso. Después me ha pasado con él, que leo fragmentos suyos al azar y el esfuerzo de tratar de entenderlo, la gran constelación conceptual en la que de repente te introduce, me sitúa en una inercia que aprovecho para irme a mi cuaderno y escribir, aunque lo que escriba ya no tenga después apenas relación con lo que he leído. Me ha pasado con Deleuze como con otros filósofos, ese discurso abstracto, difícil, que aborda las grandes cuestiones como el tiempo, o el ser, y que de repente se transforma en iluminador, las ideas se conectan, puedes verlo, comprendes cosas que antes se te escapaban, es algo maravilloso, y tiene mucho que ver con la poesía. Porque al final, todo es creación. Algo que vieron por primera vez los filósofos idealistas. Y el sueño era para Borges el primer género literario, según nos explicaba en clase de literatura hispoanoamericana Vicente Cervera.

Siempre me ha interesado el surrealismo, por su vinculación con el sueño. Y la vanguardia, por su propósito de ir más allá, de decir lo indecible. Pero también el delirio está unido a la vida, y si la literatura no habla de la vida no sirve para nada. Yo intento decir algo que esté relacionado con la vida. Me es muy difícil explicarlo. El delirio y la alucinación son cosas que siempre me han interesado en la literatura a la hora de escribir, sobre todo por su vinculación con el sueño, con lo sorprendente.

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Pero volvamos atrás un poco para establecer una cronología: Los nuevos dioses (2001), tu primera plaquette, sorprende por su madurez: huida del yo poético a favor de la tercera persona o la perspectiva exterior, estilo rítmico y medido entre la poesía y la prosa poética, rechazo de la pretensión elevada… además de unos títulos amplísimos: «tras la muerte de su eterno rival el emperador Ming, Flash Gordon emprende con su amada un viaje de luna de miel que es también y sin ellos saberlo un viaje de no retorno al planeta de la depresión».

Me lo pasé muy bien ideando esos títulos tan largos.

Los poemas, a su vez, intentan conciliar la alta y la baja cultura, ¿no? Wonder Woman explica la historia de las amazonas en un museo mientras nadie la escucha, Percy B., Shelley y Byron bailan en La Manga…

Bueno, eso de la mezcla entre alta y baja cultura yo lo recuerdo como algo normal, a principio de los 90 lo compartía con amigos que también querían escribir o que sencillamente leían. Diego Sánchez Aguilar, por ejemplo, tenía un poema sobre Audrey Hepburn; concretamente, sobre una foto de Audrey Hepburn. Lees cómics, ves cine, escuchas rock y, cuando haces tus primeros viajes a Madrid o a alguna gran ciudad, aprovechas para conocer los grandes museos. ¿Por qué no meter todo eso en un poema? Si John Waters o Bukowski podían ser muy creativos a la vez que procaces, ¿por qué no deslizar de vez en cuando algo de procacidad en el texto que uno intenta? La posmodernidad estaba ahí, si es que quieres llamarlo así. O la post-posmodernidad, como bromeaba Foster Wallace, porque mira que está durando. Al final, todo se reduce a una cuestión vital, el hecho cultural está ligado a la vida y en la vida también está eso de la “baja” cultura, ponle el adjetivo que quieras, seamos irónicos, pero estamos hablando siempre de la vida.

Entonces, ¿cuáles son los nuevos dioses? Hubo quien se lamentó por la entrada de todos estos referentes en el pretendido baluarte poético.

En realidad, los nuevos dioses de los que trataba de hablar en ese libro éramos todos nosotros, cualquier persona, y para ello parto de una cita de Auden: «la Divinidad está partida como un pan. Nosotros somos los trozos». Al mismo tiempo trato de crear vínculos con esos personajes míticos, que no son más que una invención del hombre para tratar de explicar lo que nos rodea, sucesivas mitologías. También están las mitologías literarias que nos creamos los lectores, las mitologías cinematográficas de los aficionados al cine, etc., nos vamos creando maneras de entender la vida: decía Robert Graves que incluso los mitos griegos podían ser meras caricaturas políticas de la época en que fueron creados, aunque Graves también era un poco exagerado en algunas de sus interpretaciones. Pero de cualquier forma, todo está siempre vinculado a la vida, al final. La realidad.

Aunque para ti todo esto, más que cultura de masas, son capas de la cultura basura.

Me parece divertido ese término, me parece punk, pero tampoco creo en un deliberado «ea, mezclemos la alta cultura con la baja cultura», porque con esto estamos entrando en terrenos que tienen que ver con meros adjetivos, con etiquetas. La denominación de posmodernidad, por ejemplo… Autores como Martín Rodríguez Gaona o José Daniel Espejo han analizado muy bien lo que tiene de perverso o de poco deseable una denominación como “posmodernidad”. Pero hay autores que me interesan mucho, obras que amo, y que aparecen etiquetados así: por ejemplo John Ashbery en poesía, o Thomas Pynchon en novela. El arco iris de gravedad refiere episodios de la Segunda Guerra Mundial con una prosa que parece escrita por Rilke, las Elegías del Duino hechas novela, pero al mismo tiempo hay momentos disparatados como el de aquel pulpo gigante amaestrado con técnicas pavlovianas, propio de alguna teleserie estrambótica y psicodélica, o de algún cómic muy loco de los años 60. Y Pynchon lo hace funcionar. Me parece fascinante cómo puede contar este tipo de historias con una prosa de una altura tremenda y hacerlas encajar en su relato de la Segunda Guerra Mundial, en la gran locura que supuso un acontecimiento así. Algo que también ha hecho David Foster Wallace, por ejemplo, en La broma infinita, con historias como las de la Gran Concavidad, sus Asesinos de la Silla de Ruedas o aquel bebé gigante que pululaba también en algún momento de su novela.

No se trata solo de mezclar por mezclar o de hacer el chiste deslizando el nombre de un personaje de la cultura basura, creo que se trata de otra cosa y no sé exactamente de qué. Cuando en el primer poema de Llegada a las islas cito a Reed Richards o a Silver Surfer no hago un chiste, trato de decir algo. No creo que sea comparable Shakespeare con Batman, son dos cosas muy distintas, es algo muy complejo. Yo creo que las personas que leemos sentimos esta atracción por la cultura, ponle el adjetivo que quieras, sentimos amor por estas manifestaciones culturales que forman parte de nuestra vida.

Ese tipo de obras están en nuestra vida, no puedes comparar una canción de Los Ramones con una sinfonía de Mahler, llevan aparejadas experiencias totalmente diferentes, pero forman parte de nuestro bagaje cultural, vital, y el amor que uno puede sentir por una canción de Los Ramones es una cosa tremenda. Siempre tiene que haber un adjetivo, no sé. Las experiencias que he tenido escuchando a Los Planetas son para mí muy especiales, pero supongo que lo mismo podrá decir una persona que se emocionaba con un cantante de Operación Triunfo, yo qué sé. Lo importante es la experiencia, si uno es capaz de elaborar, volviendo a la literatura, la experiencia de eso tan gigantesco que supone el mundo, la vida, de manera coherente, pues ya está.

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Por otra parte, ahora sí, en Agujeros (2002) los títulos se repiten y el poemario adquiere un sentido simétrico, lineal y algo pesimista al empezar con “Himno a la mañana”, y terminar con “Himno del agujero” («Y entonces dios creó al hombre. / Y el hombre creó el agujero. // Agujeros para esconderse. / Para quedarse dentro. Para siempre. / Y ver lo que sucede. // También para salir al otro lado.»).

Ese libro es un poco macarra, un poco punk. Traté de experimentar, tocar temas distintos para hacer algo variado, aunque ahora mismo no me gusta, me identifico con muy pocos poemas.

¡También en esta obra las referencias son numerosísimas! Encontramos sexo, western, alucinógenos, etc., pero quizá lo que más destaca son las reflexiones personales, por ejemplo: «qué ajenas nuestras vidas, unas de otras / respectivamente.» o, «los faros que nos guían en la costa / hacia dónde lo hacen, adónde llevan.».

Era un libro de mal rollo, claramente. Me apetecía escribirlo en un momento determinado por una serie de circunstancias. Me apetecía dar un puñetazo en la mesa. Es curioso, fue mi primer libro publicado, o en realidad mi primer libro serían Los nuevos dioses, aunque este un libro más reducido, una plaquette. Pero al mismo tiempo que trabajaba en los poemas de Agujeros tenía otro montón de poemas en el telar, trabajaba por ejemplo en otro libro opuesto cuyo tema era la felicidad, llamado Hotel Vía Láctea –y al que mi “amiga” Pilar Sarabia, el heterónimo con el que firmo la parte de Agujeros llamada “Quince años en Berlín”, alude en uno de sus poemas-. El caso es que me llamaron, de pronto, para decirme que me publicaban, que si tenía libro. ¡Creo que es la única vez que me ha pasado esto! Y mis amigos, a quienes consulté, consideraban más potente el libro malrollero, por ejemplo; bueno, yo mismo lo consideré así, y me dije: pues publiquemos este.

«Porque tu adolescencia consistió en todo ese desprecio / y en todo ese miedo». Quizá las obras juveniles son las más difíciles de calibrar, así que, volviendo la vista atrás, ¿cómo fue vivir en Murcia con la locura juvenil y la pasión por la literatura?

Mi adolescencia fue aburrida, la mayor parte de lo que cuento en el libro era inventado, no tiene nada que ver con la realidad.

Pero sería una época de descubrimientos intensos y continuos, ¿no? ¿Cómo te iniciaste en la literatura, cuáles fueron tus primera lecturas?

Pienso en la poesía y recuerdo las fábulas que leíamos en el colegio, me fascinaban, y los romances tradicionales, a lo mejor por eso he escrito tanto después una poesía narrativa. Era también un devorador de libros de literatura infantil/juvenil. Mi familia no tenía casa en la playa, todos mis amigos se iban en verano y yo me quedaba en Lorca (crecí allí), y un día descubro una cosa maravillosa: la biblioteca pública, y entonces de repente me vi sacando los libros de tres en tres. Yo fui lector de ese tipo de libros, recuerdo por ejemplo cuando leí La historia interminable, de Michael Ende. Me lo terminé y volví a empezarlo a leer acto seguido, me fascinó. Y así fui empezando, los cómics también me maravillaban, en la adolescencia me paso sobre todo a los cómics como una forma de rebeldía, los mayores te decían: no, no, libros, libros. Pues pasando de los libros. Pero hay un momento sobre todo que a mí me marca: un día en la biblioteca de mi padre descubro El extranjero, de Albert Camus, lo abro y empiezo a leer, me quedo alucinado, y me digo «¿pero esto qué es?». No me lo podía creer.

Hay una serie de libros, por la misma época, que me producen ese mismo efecto: Crimen y Castigo de Dostoievski, El túnel de Sabato, y de manera decisiva La metamorfosis de Kafka. Antes me preguntabas por el delirio, bueno, cuando descubro a Kafka descubro que la literatura puede ser como un sueño o como una pesadilla, sueños o pesadillas que además no son solo sueños o pesadillas, tienen que ver con la vida de manera misteriosa y directa. La metamorfosis fue una sacudida importante para mí, y ahí es cuando yo me empiezo a convertir en un enfermo de los libros y empiezo a leer de manera desmedida.

También coincidirías con otros escritores y poetas.

Como sabes, ahora Murcia está que se sale, está llena de escritores. Hace veinte años monté con Diego Sánchez Aguilar y Antonio Aguilar un fanzine en el que salió otra mucha gente, si te digo nombres me dejo un montón fuera, ¡por allí pasó muchísima gente! Muchos luego han seguido escribiendo y publicando, u y otros no volvieron a hacerlo. Simplemente nos veíamos e intercambiábamos textos, y conocíamos a otra gente que hacía también fanzines. El nuestro se llamaba Casa Subterránea y fueron cuatro números, creo. Fue una cosa muy divertida, cuando alguien nos contó que uno de los números estaba en el cuarto de baño de alguien, en una fiesta de una compañera suya de clase a quien no conocíamos de nada, eso fue un momento cumbre para nosotros, ¡nuestro número había llegado a alguien a quien no conocíamos!

Era fantástico compartir todo eso con los demás, y conocías gente. Por ejemplo, estaba José Daniel Espejo con su fanzine Oh Poetry!, que lo hacía él solo, me acuerdo de pasarnos un ejemplar Diego y yo, entre clase y clase, y fliparlo. Joseda tenía las antenas puestas en sitios maravillosos, y él mismo era ya un poeta fenomenal, maravilloso. Y le dimos textos, claro, para su fanzine. También estaba Héctor Castilla, todavía en Cartagena pero con sus movidas fanzineras también allí, publicando y dando a conocer a gente de allí muy interesante. Fue una época muy divertida.

Aunque es una pena que esas publicaciones ahora no se conozcan, ¿no? Pienso, por ejemplo, en Colectivo Iletrados.

¿Por qué? La movida fanzine es lo que es, no creo que tenga mayor historia. Es parte de su encanto. Me siguen encantando los fanzines, tienen esa energía maravillosa. A lo mejor literarios no hay tanto, pero en el mundo del cómic, por ejemplo, forman parte natural del proceso de darse a conocer y, además, se generan obras maravillosas de por sí. En Colectivo hay mucho trabajo y mucha seriedad, quiero decir que hay un esfuerzo muy grande por dar a conocer a muchos autores, de forma mucho más metódica, ya. Hay una generosidad muy grande, maravillosa, que hay que agradecer al Colectivo. La Casa era algo mucho más pequeñito, creo que era más bien una cosa de divertirse, era una excusa para quedar y tomar cervezas, poner una portada de Man Ray y vincularnos con el dadá, porque a Diego y a mí siempre nos han fascinado las vanguardias, y añadirle debajo, en forma de lema, un par de versos de Antonio, con ese tono que siempre ha tenido Antonio más clásico, elegíaco, tan auténtico.

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A su vez, luego te acabaste decidiendo por la docencia.

Cuando terminé COU me dije, «¿Y ahora qué demonios hago? Bueno, ¿qué es lo que mejor se me da o qué es lo que más me interesa?» Y me fui a filología por esa pasión hacia la literatura, aunque también me gustaba mucho la filosofía. En realidad, como no podía decidirme, me dije: ¿en qué has sacado mejor nota en selectividad? Y en literatura había sacado uno o dos puntos más, así que allí que me fui. Una vez que empiezo a dar clase, años más tarde, descubro además que me gusta, disfruto dando clase, e intento motivar a mis alumnos todo lo que puedo con respecto al milagro de lo literario, y también del idioma. Cuando viene un padre y me dice «oye, has conseguido que mi hijo lea, que se acerque a los libros, que tenga interés en ellos», cuando eso pasa es una cosa muy hermosa.

Sin embargo, se te conoce por un verdadero tomador de apuntes. Por decirlo de alguna manera, lo son todo para ti, ¿no? Sobre todo porque, además, en muchos de ellos aparecen dibujados superhéroes, sujetos extraños, o situaciones de terror de serie B, ¿nunca te has planteado publicar un cómic o un libro ilustrado? Además, cuando presentaste Vigilia del asesino (2014) en Cartagena, expusiste algunas de tus ilustraciones.

Yo no me considero tan buen dibujante para llegar a la publicación. Mi cuaderno es un instrumento de trabajo, lo llevo siempre encima y es como mi patio de recreo portátil, en cualquier momento lo tengo a mano y el dibujo es una forma de entretenimiento, me encantan los cómics y el dibujo forma parte de una manera de contar o de ver la vida, de procesarla, o simplemente de estar ahí, de matar el rato, si quieres, pero no me considero buen dibujante.

Lo de Cartagena fue empeño de José Alcaraz, que me dijo que tenía que hacer la exposición, es fan de mis dibujos. Bueno, le dije que si le apetecía presentar mi libro Vigilia del asesino en el Ficciones de Cartagena, y él me dijo que sí, pero a condición de que montáramos una exposición allí de mis dibujos y la presentáramos a la vez que mi libro. ¡Qué bonico es José Alcaraz! Una de las personas más generosas que conozco. Justo antes, Eva Cagigal ya me propuso una exposición en La Azotea, y yo le dije que no porque me daba pudor. ¡Qué pena, no haber expuesto allí cuando tuve ocasión! Me encantaba La Azotea, qué desastre, qué pena que haya tenido que cerrar. Me encanta que gusten mis dibujos pero también me da un poco de pudor, precisamente porque leo cómics sé que hay gente ahí fuera que está haciendo cosas muy buenas y a mí me da un poco de pudor. Me encantaría hacer cómics pero requiere un tiempo que no tengo, no me da para más. Lo he intentado en alguna ocasión, pero cuando me pongo a hacer algo serio todos mis defectos como dibujante afloran. Creo que soy un buen dibujante ocasional, cuando me olvido de ello. En vez de ver la tele, como suele aburrirme, me voy a la mesa de al lado y dibujo, y ocasionalmente me puede salir alguno gracioso, pero si trato de hacer algo serio ya afloran todos estos defectos.

También me interesan las anotaciones, las chispas reveladoras, ¿qué importancia tienen para ti? Por ejemplo, Cheever convirtió ciento cincuenta páginas de apuntes en quince para El nadador.

Hay un tanto por ciento pequeñísimo que acaba pasado a limpio. Pero también el cuaderno lo es todo, en alguna ocasión puedo trabajar con el ordenador, pero el cuaderno lo es todo en la primera fase, la mejor, la que más disfruto. La escritura requiere a continuación muchas horas de trabajo, de selección, corrección y ordenamiento, sobre todo porque yo trabajo en plan puzle, con fragmentos que luego voy colocando, ordenando, aunque me vuelva loco haciéndolo.

La parte en la que yo realmente disfruto como un enano es con el cuaderno: de repente te llega la inspiración, te aflora la idea y necesito el cuaderno porque la idea me llega en cualquier lugar y necesito anotarla. Y no solo es la idea, es la frase exacta. Tengo muy claro que trabajo palabra a palabra, a mí la idea me llega a través de palabras concretas, y si no las aprovecho la idea no acaba de salir, no puedo decir «lo escribo mañana»; puede pasar en cualquier momento, la idea llega en forma de palabras muy concretas, y con otras palabras no sería la misma idea. Por eso es esencial para mí tener mi cuaderno a mano, al día siguiente ya no puedo recuperar aquella frase, y la idea deja de tener sentido muchas veces. Eso sí, el momento en que tengo que ordenar todo ese material es muy loco. Mucho curro.

Entonces, ¿merecen la pena todas esas horas de trabajo?

Merece la pena en cuanto puedes compartirlo con los demás, en el momento en que compartes lo que has escrito, alguien entiende aquello que querías expresar y además lo disfruta, tal y como tú querías: eso es una cosa muy gorda. Cada vez tengo más claro que la literatura, aunque suene muy cursi, es un acto de amor.

Se te ocurre una buena idea, la tratas de expresar en el cuaderno, te lo curras luego en el ordenador, y piensas en el lector, en plan «cuando lean esto creo que les va a encantar». Cuando estás muy seguro de que sí, ese es un momento maravilloso. Claro que en ese proceso el poder publicarlo es el gran momento, ver si es de verdad o te estás equivocando. Son muchas horas y a veces muy desesperantes, pero por supuesto que merece la pena, si no no lo harías.

¡Sí, la literatura como acto de amor, como demostración de la civilización, de la vida o de que hay esperanza!

Esos son términos muy generales, en ese momento feliz de la creación lo que sientes es que el mundo puede derrumbarse alrededor, la civilización se puede ir a tomar por saco, pero ese texto es maravilloso y sientes que tienes que compartirlo. El mundo podrá caerse a pedazos en torno al lector, pero que éste pueda sentir el placer que solo el texto puede provocar, es algo maravilloso y eso es lo que tú tratas de dar porque crees que puedes darlo. Llevo un tiempo en el que apenas estoy escribiendo porque, cuando no tienes nada que ofrecer, pues fuera. Lo importante, como decía Borges, es leer, y es un placer tan gordo que si no tienes nada que decir es mejor no hacerlo, yo no soy de esos que dicen «días en lo que no he escrito, días que he perdido», hay otras muchas cosas que hacer en la vida.

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Sin embargo, en tiempos digitales como son los nuestros los cuadernos físicos se queda corto: ¿qué papel le atribuirías a Un mundo flotante (2007-)?

Un mundo flotante apenas lo utilizo ahora mismo salvo para anunciar las presentaciones, enlazar reseñas o noticias. Aunque hubo una época en la que para mí fue vital porque era una prolongación de mi cuaderno, algo abierto al público y con una retroalimentación maravillosa porque escribes y lo muestras a la gente al instante, compruebas la respuesta de tus lectores al instante casi en que lo escribes, por pocos lectores que sean, y eso alimenta tu creatividad. Fue una época de mucha creatividad y trabajo, y eso te ayuda a seguir. De ahí han surgido textos que luego he conservado, por ejemplo, hay algunos textos que añadí a Llegada a las islas, textos que improvisé para el blog pero que luego consideraba que tenían que ver mucho con aquello, con el clima, con los sentimientos que formaban parte del núcleo central del libro. Tengo también un montonazo de microrrelatos que surgieron gracias al blog, los hice ahí y estoy muy contento con ellos, a ver si en algún momento los publico en forma de libro.

Es como un laboratorio de experimentos, es verdad que te he dicho que no necesito escribir todos los días, pero cuando la máquina está funcionando y escribes todos los días, el blog puede ser un instrumento que está muy bien, te ayuda a mantener la máquina encendida, ves que la cosa funciona y ves que puedes hacerlo mejor cada vez. También me sirvió con los dibujos. Dibujo desde pequeño, ¡mis maestros me llamaban la atención en la escuela porque me pasaba el día dibujando! Siempre he sido un enfermo del dibujo, y empecé a subir dibujitos, apuntes, al blog, para acompañar a los textos, y a la gente le gustaban. Aunque me ponga muy modesto, ¡me encanta que me lo digan!

(Continuará)

Entrevista: Héctor Tarancón

Fotografía: Elena Merino

Lugar: Zalacaín, calle Enrique Villar 13

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Sobre el autor

(1991, Albacete). Graduado en Historia del Arte por la Universidad de Murcia (2009-2013). Máster Universitario en Filosofía Contemporánea (2013-2014). Vocal de la Asociación AHARMUR. Colaborador y Miembro de la Redacción en Tebeosfera, también ha participado en las revistas Culturamas y El Coloquio de los Perros. Línea de Investigación: Relaciones entre el Arte Contemporáneo y la Cultura Visual, por medio de la Cultura de Masas y la Literatura.

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