Ovación para un escritor consagrado
Empiezo a escribir estas líneas sin saber muy bien dónde etiquetar Ajedrez para un detective novato, premio Ateneo Joven de Sevilla, escrita por el aguileño Juan Soto Ivars (1985), pero la considero inclasificable. ¿Es Agatha Christie después de varios gintonics? ¿Es Jardiel Poncela redivivo? Yo qué coño sé, me respondo mientras sigo escribiendo. Humor, intriga, cadáveres preciosos y caros…La novela es un entramado ordenado de ideas desordenadas, es el caos dentro de unos márgenes alineados al milímetro.
Si te gusta la novela negra, ésta es tu novela. Si no te gusta la novela negra, también lo es. Es todo y nada, como la sensación que el protagonista tiene en los clímax de su lucha detectivesca por las calles estrechas de la ciudad. La voz de esta novela es la de un negro (en el sentido literario de la palabra) que escribe las obras de un autor ya de renombre en el panorama de las letras. Su trabajo es el del samurái, blanco sobre negro, en la oscuridad. Y por ese trabajo, se topa con Marcos Lapiedra: detective viejo, putero y azote de los criminales de una ciudad rara, que bien podría haberse llamado Gotham. A partir de aquí, nace la histórica (histriónica) y filosófica relación del maestro y el aprendiz, del aprendiz con su maestro.
A Juan Soto Ivars se le caen las palabras correctas en el lugar indicado. Sin parpadear te maneja como quiere, te lleva de un lado a otro de la historia y te explica que en la España de Ajedrez para un detective novato, hay mutantes en las alcantarillas, que la televisión es un búnker de sicarios al más puro estilo Amanecer Dorado y que los puticlubs ya no sólo sirven para el placer.
Y aunque te encuentras con una novela divertida, no dejas de recordar en cada una de las 373 páginas el preciosismo de la prosa de Juan, lo bonito de su narración, las imágenes que te pone delante de la cara para que veas lo que a veces es invisible para el lector. Juan es jodidamente joven y ya hay que leerlo como se lee a los mayores, con atención a cada letra. Ya lo demostró con Siberia (recomendarla sería empequeñecerla, es un must). Quisiera poder etiquetarla, pero me da pereza y miedo ponerle un nombre. Soto Ivars es la esperanza de un generación abotargada por los vampiros, las espadas y los momentos entre telas. Soto Ivars representa el talento de los 80, el espíritu de que no hay que hacer siempre lo mismo para dejar de ser un novato.
(Foto principal: Elisenda Pons)
Por David Cano