Pedro Cano:»Me ha dado más el cine y la pintura abstracta que la figurativa, la que hago»
El maestro pintor nos abrió las puertas de su casa, junto a la iglesia de Blanca, una suerte de paraíso del Arte, donde impera el orden, la serenidad, sus obras y algunas otras que definen su gusto por el mundo clásico. El remanso de paz que es el hogar de Pedro Cano orbita alrededor de algo sorprendente, una acequia por donde puedes ver correr el agua, transparente; un patio donde hay una parra, una bugambilia… y es entonces cuando lo comprendes todo: la bruma de sus acuarelas, su Jardín cerrado, sus colores… Pero más allá de este oasis, Cano nos abrió, a Fran Bécares y a mí, sus secretos de pintor, más aún, los detalles de su sensibilidad, sus agendas. Libros inefables, a medio camino entre cuadernos de dibujo y vivencias, con trampantojos que te confunden al estar mezclados hojas reales de árboles, hojas pintadas, tickets de exposiciones, flores secas, juegos cromáticos que convierten cada cuaderno en una obra de arte competa, desde las tapas hasta la textura del papel.
¿Qué queda en ti de Amparo Benaches, la pintora valenciana con la que te iniciaste?
La primera puerta que se abre en mi vida fue mi hermano Jesús con la caja de colores que me regaló, pero ella fue la llave maestra que me hizo ver que una caja de colores no sirve solamente para pintar un cuadrito o copiar una postal. Ella fue la primera persona que me empujó, me hizo ver que el mundo es mucho más grande de lo que yo pensaba. Me hizo ver que yo podía afrontar la pintura más allá de esa mentalidad de niño pequeño que tenía.
Comienzas en 1965 en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando y tres años después el Estado te beca para estudiar en Roma. ¿Con 24 años, cómo vives la experiencia a nivel artístico y personal?
Sobre todo fue una experiencia humana enorme, la España que tú has visto cuando has nacido o la que yo conozco siendo ya mayor, no tiene nada que ver con el país de aquellos años, en cambio Italia era un país moderno –afirma Pedro, casi exclamándolo-, que vivía el boom de los ’60. Aquí lo más que nos llegaba era alguna canción del Festival de San Remo. Lo primero que veo en Roma el día que llego es un espectáculo de Ronconi, el Orlando furioso, en el Palazzeto dello Sport. Y dije, ¡ay, yo quiero vivir aquí! Aquello para mí fue un espectáculo muy importante. Mi llegada a Roma supuso, no sólo la llegada a un lugar donde iba a aprender de la pintura contemporánea, incluso del Mundo Antiguo. Me lo decía Antonio López cuando yo hacía Bellas Artes, “si alguna vez usted va a Roma ya verá lo que le va a interesar la pintura de Pompeya”. Pero, lo importante fue la vida, llego con 24 años y de repente esa cantidad de mundo, de cine, Fellini estaba en plena ebullición, Visconti estaba haciendo películas sensacionales… Para mí el cine ha sido muy importante, el director de cine ruso Andrei Tarkovski me ha ayudado mucho a ver cosas en la pintura.
En los pueblos no teníamos museos, ni revistas, cuando era pequeño el cine era la gran fuente de cultura, el color, la fotografía en blanco y negro, los actores… Todo aquel mundo sólo el cine te lo daba, no había otra forma. El poco teatro que teníamos, yo también trabajé aquí antes de irme a Madrid en una compañía de aficionados, desde el punto de vista plástico era muy modesto, a diferencia de lo que pude ver después en Madrid, Roma, Nueva York…
El cine fue una gran fuente de cultura, en el sentido de educación, por eso la pérdida de los cines en los pequeños pueblos es una tragedia. Todos los cines deberían estar subvencionados, como está la escuela. Me acuerdo que en la escuela había días que nos llevaban al cine, recuerdo una película con Aldo Fabrizi, El maestro, fue una de ellas. Me apasionaba, me ha encantado el cine –recuerda Cano entre sonrisas-. Una película que me impresionó mucho fue Obsesión, de las primeras de Polanski; entre los italianos, Fellini es algo fuera de lo normal, él era de Rímini, y tuve la suerte de conocerle, estaba rodando entonces E la nave va, y me invitó a ir a los estudios Cinecittà, fue una historia muy divertida –se nota la nostalgia en el tono de su voz-
Ya en 1972 llegas a Anguillara, ¿puede decirse que es tu paraíso italiano, junto a Blanca?
La verdad que sí, además era un momento muy importante, es cuando me caso. Fue una relación muy buena, aunque años después nos separamos, pero nos dio mucho nuestra relación, tanto a mi mujer, como a mí. Las cosas es bonito que duren toda la vida, pero a veces duran para siempre mal y eso es muy malo, lo nuestro duró bien. Los primeros años fueron soberbios, y Anguillara podemos decir que fue una especia de mundo, de esas cosas que cuando quieres hacer algo hermoso, querrías hacer una cosa como aquella. La primera casa era pequeñita, en alquiler, al mínimo de lo imposible, pero era maravillosa. Anguillara fue el encuentro con un paraíso, y te voy a decir que estoy deseando volver ahora a finales de mayo, voy a pasar todo el mes de junio allí y tengo mucha ilusión. Aunque muchas cosas han cambiado, ser mayor te va creando problemas, el físico lo tiene menos resistente, muchas de las personas que más has querido o han envejecido o se han muerto. Yo de joven pensaba, qué cosa más rara que la gente diga esto…y ahora soy yo quien lo dice. Me falta mucha gente de allí, que ya no está o que están en residencias y vas a verles y a penas se acuerdan de ti, gente con la que he compartido cosas maravillosas aquellos años. Y eso es una auténtica tragedia, porque como sabes bien, uno de los grandes triunfos y a la vez problema de nuestra época es que duramos demasiado –comenta riendo-
Y ahora, trasladanos a tu periplo por Latinoamérica, ¿qué poso dejó en ti?
Siempre ligado a mi ex mujer, hicimos una locura, nos fuimos a vivir un año entero de México a Brasil, con muy poco dinero, pero pudimos ganar algo durante el viaje trabajando. Pude vender algunos de los dibujos que hice, tenía como cuatro o cinco direcciones en Lima, Ciudad de México, Colombia… de gente que comprándonos un dibujo nos permitía seguir, fue muy bonito. Y cuando a veces lo pienso, creo que esto solamente podían hacerlo los locos o nosotros o personas millonarias. Entonces un dólar valía alrededor de sesenta pesetas, pero con cinco dólares al día vivíamos. Era impresionante lo que hacíamos, con aquel poco dinero, dormíamos, comíamos, viajábamos… Y no era sólo sobrevivir, a veces nos dábamos el gusto de tomar un pescado bueno en algún sitio con una botella de vino. El viaje de Latinoamérica fue muy hermoso, también porque fue la forma de darnos cuenta de que no es algo homogéneo. Guatemala no tiene nada que ver con Colombia, y Ecuador no tiene nada que ver con México. Yo he vuelto varias veces y visité Buenos Aires, que no lo hice en el primer viaje. También regresé a Colombia, porque durante aquel viaje primitivo conocí gente a la que he quedado muy vinculado. Había un maravilloso pintor, Juan Antonio Roda, que falleció, pero sigo teniendo contacto con sus hijos. Todo esto muy ligado a Gabriel García Márquez, porque la mujer de Roda, hija de un catalán, habían vivido mucho tiempo en Barranquilla, donde estaba el Heraldo de Barranquilla, en el que escribía García Márquez. Y hablaban de Gabo como si fuese una persona de la familia, era el momento en el que se había publicado ya Cien años de soledad, y era un personaje. Una de las cosas importantes de este segundo viaje fue una ida desde los Andes, justo desde Santa María de Bogotá hasta Santa Marta, y desde allí a Barranquilla, y desde ahí a Cartagena, que era donde iba. El viaje en tren duró casi veinticuatro horas, fue en un tren destartalado y pasé por Aracataca, donde nació García Márquez. Nacer en un pueblo tan pequeño como es Blanca y tener esa curiosidad tan exagerada de querer saber y ver y conocer más, me ha llevado a cosas como las que te estoy contando. A veces me han preguntado si he tenido miedo en estos sitios, alguna vez, pero no en este caso.
Además de tus vivencias personales, el arte latinoamericano, que desde Europa se ve tan fuerte y colorido, ¿te dejó huella?
Hice un trabajo a la vuelta, pero uno nace siempre con una piel, eres tú mismo. Hice unos cuadros que más que el color, lo que reflejaban eran los encuentros, sobre la gente de Suramérica. Lo dividí en secciones, e hice una exhibición que llevaba los nombres de un recorrido, tipo Veracruz- Guajaca, y eran los camiones vistos por detrás. Porque viajábamos mucho de noche para ahorrarnos el hotel. Nos gustaba ponernos en las primeras filas del autobús, y ver las sombras, que resultaban ser un camión con gente. Otro recorrido fue La Paz. Y otra de la secciones era una especie de procesión, gente que llevaba imágenes y vestían máscaras, muy relacionado con la muerte y ese mundo ancestral y primitivo, que si uno rascaba aparecía en toda Latinoamérica. Recuerdo haber estado en Guatemala en historias tremendas. Una vez llegué al segundo día de una boda y la gente estaba hecha polvo de la cantidad de bebida y drogas que habían tomado, pero no podías decir que no a lo que te ofrecían porque era parte de estar allí. Tuvimos que beber, no sé el qué. Fue muy fuerte, la gente estaba casi desfigurada.
Por otra parte, la riqueza antropológica está muy presente en cómo visten, alrededor del lago Atitlán, en Guatelama, hay doce pueblos donde cada gente lleva un taje distinto, o al menos lo llevaban. En el pueblo más importante, Santiago Atitlán, el hombre lleva un pantalón de listas, blanco y morado, por debajo de la rodilla, y le bordan una cantidad tremenda de pájaros de colores. Me compré unos y me los puse enseguida, me convertía en uno más, además, estuvimos allí bastante tiempo, porque era un sitio muy bonito, donde los turistas llegaban por la mañana y se iban por la tarde en un barquito. Dibujé mucho, traje mucho material, y nacieron cosas donde el color, igual no era todo azul, rojo, verde o amarillo, pero había una grandísima carga emocional sustraída de este mundo.
Y de esos localismos antropológicos damos un salto a 1984, Nueva York, ¿qué destacarías de tu estancia allí?
Fue un momento muy curioso, porque en ese momento Nueva York llamó a la puerta de mucha gente, había mucha curiosidad acerca de esta ciudad. Mi galería en Roma había tomado contacto con otra en Nueva York para ir a hacer una cosa, y aparecí allí de una forma muy inesperada. Me di cuenta que los acuerdos que tenía mi galería con la americana no iban a ser respetados por estos, pero yo me quería quedar. Y para cinco meses que fui, me quedé cinco años. Hice la locura de quedarme todo ese tiempo en Nueva York, y moviéndome mucho, porque una de las cosas más bonitas es la gente que conoces. Y conocí a una señora de una agencia de viajes que me avisaba cuando salía algo económico para ir a Los Ángeles o San Francisco. Y como ya conocía gente en diferentes sitios, si había una exposición en Filadelfia o quería ver Nueva Orleans, que por la película de Elia Kazan, Un tranvía llamado deseo, tenía tantas ganas de ver en realidad, podía ir. Me moví mucho, fueron unos años muy interesantes, estuve muy contento en Nueva York, sobre todo en una ciudad tan dura y tan difícil y en el barrio donde fui a parar, el East Village, que en aquel momento todavía se estaba haciendo.
Nueva York es una necesidad. Allí me pasó una cosa muy curiosa, aún no había cumplido cuarenta años, y era un momento en el que alguna gente llegaba y se volvía loca, pintaban cosas que no tenían nada que ver con ellos. Pero me di cuenta de que la única forma de llamar un poco la atención era ser fiel a lo que yo hacía y eso me salvó en Nueva York. Volví de allí con muchas cosas dentro, pero teniendo siempre mi misma caligrafía y la misma forma de ver las cosas.
¿Fue allí donde pintaste el cuadro que se presentó al concurso Tanqueray, que se exhibió el pasado año en la muestra Jardín cerrado?
Exactamente, además eso se trajo a España enrollado en un avión de Iberia, metiendolo yo en la cabina, traje tres o cuatro dibujos de esos, ¡qué locura! A ese cuadro le tengo un cariño especial, había una serie de siete.
¿Se expuso posteriormente en Biosca, en Madrid?
Sí, pero ya no estaba a la venta, de los pequeños que se expusieron en Jardín cerrado, se expusieron cien en Biosca, se hicieron unos marcos grandes, de más de dos metros, que se abrían, y dentro estaban los cuadros pequeños con clavitos, como se expusieron aquí el año pasado. Aquí se mostraron veinticuatro, imagínate cien… -dice Pedro con satisfacción- Los organizamos por colores, qué bonito, más amarillos, más verdes, más azules o más rojos.
Y volviendo a España, a Murcia en concreto, ¿qué recuerdos guardas de la galería Zero, en los ’70, junto a su director Juan Bautista Sanz, que ha llegado a exponer en tu fundación?
Con él tengo una relación maravillosa, un poco heredada también de su padre, porque antes de hacer la exposición de 1972 su padre me compró un cuadro, era un hombre muy listo, con mucha intuición. Con Juan Bautista me hermané, porque la suya era la galería de referencia cuando se abrió. Pero apostar por un pintor que nadie conoce, porque a mí nadie me conocía, yo había ido de Blanca a Madrid y de allí a Roma, no había aparecido nunca un cuadro mío en Murcia. Tanto es así que hubo gente en Murcia que sabía mucho y quisieron ver un cuadro al óleo mío para saber si aquello estaba pintado o dibujado… no estaban convencidos. Había un cuadro de un señor en Abarán y lo llevaron por una agencia de transporte para verlo. La verdad es que fue muy bien, hubo gente que compró un cuadro en aquel momento y que aún lo conservan con mucho cariño, y en la exposición que hicimos en el MUBAM se presentaron cuadros de aquella primera exposición de Zero.
¿En qué galería o espacio público te ha hecho más ilusión exponer?
Mi galería preferida va a ser Galleria Giulia (Roma) toda la vida, yo expuse allí por primera vez con veintiocho años, imagínate, trabajé en la galería más importante de Roma hasta que desapareció. Para mí fue importantísimo y en Nueva York pude vivir gracias a ellos, que me mandaban dinero. El principio fue muy difícil, pero ellos se ocupaban mucho de mí, yo era casi como su hijo. Pero la gran ilusión de mi vida de exponer, por la dificultad que entrañó, han sido las Termas de Diocleciano. Complicado, pero fue tal el resultado con la colección Identidad en tránsito, tal placer el que recibimos todos, que es algo irrepetible.
¿Es posible que tengas obra en Los Uffizi?
Sí, tengo un cuadro en el corredor vasariano. Estuve allí hace cinco o seis años viéndolo, me ofrecieron verlo. La historia del espacio es muy bonita, los Médici iban a tener una boda en Florencia y no cabían todos los invitados en el Palazzo Vecchio, pero como también compraron el Palazzo Pitti, deciden hacer un corredor por encima del Ponte Vecchio para unir ambos. Y cuando terminó la boda decidieron usar ese espacio para colocar todos los autorretratos de pintores que tienen. Por cierto, hace unos días me encontré a unas personas que estuvieron visitándolo y me enseñaron una foto con mi cuadro. Y hará más o menos cuatro años, me llamaron de Los Uffizi, me preguntaron si estaba dispuesto a hacer un autorretrato para la galería, porque querían abrir un tramo nuevo. No te puedes imaginar lo que hay allí, yo me quedé alucinado, es muy importante. Los pintores antiguos están todos. Y de los modernos, los últimos eran Morandi, Guttuso y Chagall. Españoles somos tres, hay un Tápies muy bonito, que es una carta, y hay un Saura; y mi autorretrato que es muy raro, porque es muy alargado, y pensé que no lo iban a colocar, y al final lo pusieron de una forma preciosísima y me invitaron a la inauguración, porque era de los pocos pintores que estábamos vivos en aquel proyecto.
Tú que eres un pintor en activo y consagrado, y puedes decir que eres profeta en tu tierra: tienes la fundación en tu pueblo, eres académico de la Real Academia de Bellas Artes de la Arrixaca, Hijo Predilecto de Blanca, Laurel de Bellas Artes de la Asociación de la Prensa, por nombrar algunos de tus reconocimientos en la Región, ¿qué sientes al ser tan apreciado aquí?
Sí, pero acuérdate que yo soy un pintor un poco outsider, pero va bien así, porque he podido hacer mi obra y he hecho lo que me ha dado la gana. No he tenido nunca la presión de una galería grandísima, que te obliga. Por ejemplo, la exposición de Pompeya, vino después de la exposición de Ítalo Calvino, que son dos cosas completamente distintas, y esto es. He hecho las cosas que he querido, ¡la cantidad de tiempo que he gastado con mis cuadernos! La cantidad de horas que he usado en ellos, delante de un paisaje, que no se van a vender, responde al placer de archivar ciertas cosas. Y alguna gente opina que esto es una tontería, que lo que debo hacer es pintar –sus ojos dejan adivinar el disfrute que le reportan sus cuadernos, exquisitas obras de arte que nos mostró- Hay demasiadas cosas hechas.
Por otra parte, yo estoy muy agradecido a toda la gente, lo último fue lo del Vaticano, el ser nombrado miembro de la Academia de Bellas Artes ‘dei virtuosi al Pantheon’. Cuando me llamaron me quedé impactado, porque yo no soy de llamar a la puerta de nadie a pedir, oiga por qué no me nombra usted esto o aquello.
Lo que me da pena es que hay gente con una preparación fantástica –Pedro esquiva sus laureles para centrarse en quienes están empezando, una gran muestra de humildad-, pintores maravillosos que conozco y que a penas han podido hacer una exposición en su vida. Esto me da muchísima pena, ha habido gente, que por determinadas razones no han tenido el valor de lanzarse. Cuando yo termino la Academia de Roma y me quedo en el pueblo de Anguillara, que fue un momento clave, no me conocía nadie. Y por una casualidad de la vida hice una exposición en Beirut, antes de la guerra, la primera solución económica de mi vida, porque me trajeron los cuadros no vendidos y encima unas 300.000 pesetas, que las usamos para poder comprar la primera casa en Roma. No pude ir ni a la inauguración porque no tenía dinero para el viaje, aquello fue una historia.
Mi madre me decía, cuando llegaba, primero de Madrid y después de Roma, “Pedro, hoy no vas a salir a la calle”, y yo le preguntaba por qué, ella me contestaba “porque hablas muy raro, mejor mañana, hablas que parece que no eres de aquí” Mi madre siempre decía que al día siguiente de cualquier cosa, hay que salir a la calle y ser la misma persona. Lo que hubiera pasado, que te habían hecho Hijo Predilecto, académico o lo que fuera, al día siguiente no tenías que acordarte de eso. Sobre todo para tu trabajo, para tu relación con la gente de todos los días. En eso mi familia me ha dado muchísimo apoyo, yo soy la misma persona, hago lo posible por no perder el hilo con la vida.
Y hablando de otros pintores, las nuevas generaciones de murcianos, desde Nono García a Antonio Tapia, pasando por Juanjo Martínez Cánovas, que han pasado por tus talleres, ¿crees que has creado escuela?
El hecho de crear escuela, no soy yo quien lo tiene que decir. Lo que sí me da gusto es cuando la gente se destaca un poco más de lo que yo hago. Me da pena que alguna gente, con menos clase que quienes has nombrado, están muy metidos en algo que no ven a través de sus ojos, lo ven a través de mi pintura, y eso es muy peligroso. Nono hizo unas obras abstractas para el balneario de Archena, que fueron un espléndido ejercicio para moverse. Yo he dado cursos en muchos sitios, sobre todo en Italia, y lo que intento hacer es que los alumnos sean fieles a lo que ven, la dimensión, la luz, el valor de lo que tienen delante. Esta es la única forma de poder discutir el problema, invertir su energía en algo propio. No creo que haya habido un pintor más copiado en España que Antonio López, y ahora ya no. Y esto es bueno, se trata de cosas cíclicas. Lo mío es mucho más pequeño y yo no soy nadie al lado de un hombre tan importante, pero en aquellos años, en la Escuela de Bellas Artes se había como enquistado, y tampoco es bueno.
A mí, uno de los pintores que más me ha interesado en España ha sido Tápies, el que más. Las pinturas negras fueron para mí una maravilla, las sigo mirando, estudiando. Le conocí hace muchos años en Roma, fue muy bonito, porque le dejé un catálogo mío de una exposición. Por la tarde fui a la inauguración y le dije que le había dejado un catálogo, me reconoció. Y me dijo: “haz una cosa muy importante, no dejes nunca lo que tú haces, se fiel a ti mismo”. Que me dijera un hombre así una cosa como esa, me dio mucha alegría. He tenido mucha suerte porque he tenido encuentros muy bonitos. Alguna vez me gustaría escribir unas memorias, recordando a todas las personas que he conocido.
Por ejemplo Predrag Matvejevic, croata, ha escrito Breviario Mediterráneo, él es un monstruo, ha estado en Murcia un par de veces, es un personaje fuera de la norma. Le conocí de casualidad compartiendo un premio en el sur de Italia, y le llevé sus libros para que me los firmara y un par de catálogos míos para regalárselos. Un hombre cultísimo, sabía cinco nombres distintos del mar en griego, yo solamente sabía dos y me parecía que era un sabiondo –comenta Cano entre risas- He conocido gente muy especial, como por ejemplo, estando en el cine, tener detrás a Antonioni, o una llamada de teléfono con Pasolini para un texto suyo que se puso en uno de mis catálogos, que él accedió a escribirlo, cosas muy bonitas.
Tras la serie de acuarelas sobre las murallas de Roma, el diálogo con Ítalo Calvino en Las ciudades invisibles, mi favorita es Valdrada, la que está duplicada en un lago, e Identidad en tránsito, llega Mediterráneos, retratos de ciudades como Mallorca, Patmos, Alejandría… ¿Qué es para ti el Mare Nostrum, en tu obra y en tu vida?
El dibujo de Valdrada es de un apunte que hay en la fundación hecho por mí en Isfahan, donde hay un puente maravilloso, que tiene esclusas y antiguamente hacían batallas navales. Es muy bonito porque no tiene balaustrada y hay como dos caminos, uno más interior y otro exterior, en este hay zonas en las que te puedes caer. Hay muretes estrechos, y tú vas pasando, vas viendo a las personas. Fellini dijo siempre que le recordaba a la gente en el cine mudo, que se van perdiendo entre los fotogramas. Isfahan es uno de los lugares más bonitos de la tierra.
Mediterráneos lo estaba ya trabajando con anterioridad, no había pintado aún ninguna acuarela, pero estaba trabajando en eso, porque ese trabajo lo empecé hace veinte años. Nunca quise hacer algo obvio en esta colección, sólo aparece una construcción, el palacio de Diocleciano, en Split, que fue el último lugar de la última carta de esa baraja y el último que conocí de todos ellos. Para Nápoles hice la Smorfia (noventa números, con figuras), una cosa muy importante para ellos, y desconocida para mucha gente. En Italia no hay ningún pintor que la haya hecho. Una cosa parecida a las puertas de Roma, que nunca se han pintado, nadie había hecho una serie de cuadros de ellas. Son cosas de la inspiración. Mediterráneos se expuso en el Museo Arqueológico de Nápoles, pero además, los aeropuertos de la ciudad reprodujeron a gran tamaño mi Smorfia y la expusieron durante un mes. Lo que pasa es que muchas cosas ni se saben –me dice Pedro casi susurrando- y yo tampoco soy partidario de estar molestando, no tengo una agencia de prensa, ni quiero, porque todo lo que te he dicho de que quiero vivir como siempre, lo perdería, y eso no lo quiero, quiero hacer mi vida.
Y centrándonos en el Mediterráneo, creo que no hay un lugar en el mundo, en tan poco espacio, con tanta creatividad, energía, belleza, ¡tanto arte! En tan poco espacio la cantidad de civilizaciones, Egipto, la antigua Grecia, el Renacimiento, Roma… Y toda la herencia que nos han dejado. Uno de los personajes esenciales es Constantino, el hijo de Santa Elena, que hace que el cristianismo sea la religión del Estado. Él nos dio la posibilidad a los artistas, primero de poder vivir, porque como una religión que venía del desierto, el Cristianismo no debía tener imágenes, y con él pudimos hacer imágenes. No agradeceremos nunca bastante a Costantino cómo llevó lo que había de la antigua cultura al Cristianismo. Imagínate lo que sería el mundo sin Leonardo, Piero della Francesca, Rafael, Miguel Ángel, Poussin, Van Gogh, Velázquez, Rembrandt, ¿qué sería?… De esto no se ha escrito nunca nada, sería precioso hacer un tratado sobre qué ocurre en el siglo IV con Constantino, las presiones que tuvieron que haber.
Las veintidós acuarelas de la exposición Peces (IXOYE), que se mostró en diciembre de 2014, está ahora, hasta el 4 de mayo en Mazarrón, ¿cuéntame cómo ha sido, y el reconocimiento del obispo Lorca Planes y del cardenal Ravasi?
Está ahora en las Casas Consistoriales de Mazarrón y después va a Águilas de la mano de CajaMurcia en julio y agosto, y en septiembre y octubre estará en el teatro romano. Empiezo porque tengo poco pescado pintado, aunque nosotros hemos vendido pescado. Y un día prepararon una clase para jóvenes de Mazarrón y pinté una caballa y una gamba para explicar a los críos cómo había que hacerlo. Y me pareció bonito, cuando llegué a Blanca, compré pescado e hice tres o cuatro cuadros. Y al llegar a Italia hice lo mismo, un pulpo, una lubina. Y estando en Grecia, el padre de un alumno, que era muy jovencito, me ofreció una cena y me preguntó sobre mi trabajo. Le conté que estaba pintando pescado porque era el símbolo de los cristianos. Y resultó que él era profesor de Derecho Canónico, y me explicó que la palabra ixcís era símbolo de los primeros cristianos y significa pez en griego. Es una exposición pequeñita, pero muy bonita y le tengo un cariño especial, porque, además, me ha mandado una carta el cardenal Ravasi, el equivalente al Ministro de Cultura vaticano. Y lo más reciente ha sido una nota de la Nunciatura Apostólica en Madrid, con un autógrafo del Papa, diciendo que le ha encantado la colección y que me manda su bendición. El trabajo, de cualquier modo, es siempre lo mismo, yo intento mirar con ojos de mucho afecto cosas que mucha gente no le da importancia. Como una langosta cuando te la comes, una langosta es un universo en su costra de colores. Estuve todo el verano trabajando en eso y ahí está la exposición.
Y el pasado 18 de abril la Fundación que lleva tu nombre acoge el Premio de Pintura Universidad de Murcia, en su XV edición, que recoge las obras ganadoras de estos años y la de Antonio Lisón, último premiado. También el pasado 25 de marzo presentas la conferencia Viaje pintado en el Reencuentro de Doctores, ¿es estrecha tu relación con la UMU?
Lo intento, porque además, soy doctor honoris causa y he tenido con los rectores que ha habido hasta ahora muy buena relación y siempre me han dado una mano para hacer este tipo de cosas. El viernes 8 de mayo estoy con un grupo de Bellas Artes que vienen a hacer un trabajo con hojas de papel, que las vamos a cortar y doblar para hacer un cuaderno. Me lo pidió un grupo de la profesora Carmen Castillo, que es encantadora. Ahora, con las nuevas tecnologías la gente trabaja a través de una foto, pero creo que lo bonito es ponerte delante, del natural e intentar sacarle el aroma a las cosas.
Al hilo de esto, ¿qué opinas de los pintores que usan el retroproyector?
No es una cosa nueva, D.P. Henry hizo un libro muy bonito, sensacional y extenso. Dice que ha estado toda la vida angustiado sobre ello. Un amigo mío de la Universidad de Barcelona ha estudiado todo sobre las máquinas de dibujar y casi toda la gente las ha usado. Yo no lo he hecho nunca, no se usarlas, nunca las he tenido en mi estudio. Supongo que da mucha rapidez al trabajo, pero lo bonito es la dificultad, el camino. Me da pena cuando un pintor usa un proyector, además, hay mucha más gente de la que tú o yo pensemos que lo está usando. Porque hay muchas veces que piensas, no puede ser que esto esté pintado “a pelo”, acuérdate. A mí me da lástima, aunque hay gente que lo considera normal. Creo que es mejor pintar del natural, aunque te salga peor. Tengo aquí en casa una serie de desnudos hecho religiosamente del natural que eso no se puede… la realidad de estar tú ahí, frente al modelo, mojando el pincel y pintando, es lo mejor del mundo.
¿Crees que el ganador de este año del Premio de Pintura de la UMU, Antonio Lisón, con su colección Co(g)ito Ego sum, donde he visto un homenaje a Bacon, collage, pintura sobre fotografía, tiene madera?
He visto solamente un cuadro. Como a toda la gente joven, le voy a dar el mismo consejo, que pinte mucho y en el sentido más ancho de la palabra, que no se sectarice y que mire lo que está a su alrededor. Que mire a la vida, que le va a ayudar mucho para seguir adelante, es esencial.
Recuerdo con mucho agrado tu exposición del pasado año en el Almudí, ¿por qué Pompeya?
Primero, porque es una cosa que la vemos gracias a España, es algo absolutamente español, si no fuera por Carlos III esto no se ve. En segundo lugar, porque no ha quedado en todo el mundo de esa época, la enorme cantidad de pintura que hay en Pompeya. Y también, porque desde que llegué a Roma en el ’69 iba con mucha frecuencia a Nápoles buscando la España que había dejado, y llegaba allí como a mi casa. Eso para mí era muy importante. Y por último, es que son muchos años los que yo he dedicado a Pompeya. Hay un cuadro en la Fundación que se llama Rosso pompeyano, y tengo mi cuaderno donde trabajaba en el Museo Arqueológico de Nápoles sobre los yacimientos.
Esta colección la hice en mucho tiempo, siete cuadros en Blanca y otros siete en Anguillara. Lo mejor de la colección es que es muy pictórica, muy plástica, aunque fueran cosas muy realistas. La pintura era al final la última voz de todo lo que veías. Si hubiera pintado todos los cuadros color sepia quizás me hubiera quedado más fino, pero ahí había muchas cosas, y quedó homogéneo. Pompeya es así, cuando la he visitado, en vez de contratar a un guía, he contratado a uno de los trabajadores y me ha enseñado sitios por los que no se mete nadie. Con el descubrimiento de Pompeya por Carlos III todo el Neoclasicismo nace de ahí, con la influencia de lo que va apareciendo. Hay un sitio donde necesitas permiso para visitarlo, hay muchas cosas obscenas, una escultura con una especie de faunos con erecciones sentados a una mesa, cosas muy eróticas. No se sabe nunca si Pompeya fue una ciudad normal o si fue algo como Las Vegas ahora. La última vez que estuve en Nápoles no visité Pompeya, pero estuve en Las estufas de Pompeo, una especie de balneario con ese espíritu mítico, antiguo, impresionante en invierno, con el agua caliente, súper bonito. Nápoles es una ciudad especial, cuanto más la conoces, más te gusta, tiene una relación muy fuerte con España. Entre otras cosas, ahora que los catalanes hablan de su identidad, Cataluña era un puerto de Aragón, no era más. Antes de que España se hiciese, los aragoneses ya hacían maravillas en Nápoles, antes del siglo XVI.
Dando un salto en el tiempo, ¿hay un movimiento artístico que defina actualmente el Arte Contemporáneo?
Yo creo que no, porque la palabra contemporáneo es todo lo que se haga hoy. En realidad, cuando la gente quiere circunscribir el Arte Contemporáneo a cosas que no tengan nada que ver con la pintura es un error. Sería muy triste pensar que va a desaparecer un trabajo tan digno como la pintura, no todo puede aparecer a través de una pantalla, de un ordenador, de un vídeo. Lo contemporáneo es eso y también una persona que pinte o que tire en una tela o en una tabla un bote de pintura, como hacía Pollock o quien coge un carboncillo y hace un toro como el de las cuevas de Altamira. Cualquier cosa hecha en este momento es contemporánea, porque lo que se han terminado son los “ismos”, es inútil, ya hemos tenido demasiadas cosas. Y gracias a Dios, nosotros somos los hijos de todo lo que ha pasado anteriormente. Yo, por ejemplo, en mi trabajo me ha dado mucho más el cine y la pintura abstracta que la pintura figurativa, que yo hago. Me da alegría que yo pueda ser el eslabón de una cadena. Hay gente que no le gusta el Arte si no es más que de una forma, pero hay que ser más elásticos. Hay cosas que hace Bill Viola, que me parecen maravillosas, y me he metido dentro de uno de sus cuadros. La primera vez que lo vi en Venecia se me abrió un mundo, pero de ahí a decir que es lo único, no, él es él. Debemos ser fieles a nuestra caligrafía, a nuestro tono de voz, a nuestra forma de ser. Y ser independientes de cosas que nos atraen demasiado.
En cuanto a los excesos en el arte, ¿te parece que algunos artistas contemporáneos, como Murakami, con su pop japonés, Eugenio Merino, con sus esculturas hiperrealistas de Franco, o Nathan, que usa piezas de Lego para sus composiciones, transforman el arte en marketing, lo desvirtúan?
Yo no tengo condiciones para meterme dentro de todo ese mundo, esos precios… No sé cuáles de esas cosas son reales o si son un producto bancario. Un coleccionista que poseía cinco cuadros de un importante pintor impresionista, vendió uno de ellos al triple de su valor, lo compró él mismo y así pudo vender los otros cuatro a precios mayores. En nuestras cabezas no entra esto. Es un mundo, en cuanto a originalidad, que tiene sus tiempos, la originalidad no dura siempre, veo momentos efímeros, luego nadie se acuerda de eso. Al margen de los mensajeros del marketing hay gente que se interesa por otro tipo de cosas, otro tipo de literatura, pintura, cine, cocina… Una cosa es el mundo del hit parade y otra cosa es la vida de todos los días.
Ahora, una pregunta comprometida, ¿cuál crees que debe ser la relación del artista con la Administración Pública?
La Administración Pública debe tener los ojos abiertos para saber qué ocurre a su alrededor, dando relieve a las cosas que tengan valor y echando una mano a quien lo necesite. Una de las cosas más importante es poner en relieve a las personas que están levantándose y que tienen muchísimas dificultades para hacerse ver. Pero, de cualquier modo, creo mucho en las galerías privadas. Yo no podría haber hecho bien mi trabajo sin una galería privada en Roma.
Y por último, ¿qué proyectos tienes en mente?
Sólo puedo decirte que hace cuarenta años que no he expuesto en una galería privada en Murcia y podría ser muy bonito.
Entrevista: Francisco Javier Nieto Martínez
Fotofrafía: Fran Bécares
Lugar: casa y estudio de Pedro Cano, Blanca, Murcia