Sobredosis de Pantanosa en tus venas
Pantanosa debería ser lectura obligatoria si eres de Murcia. También si no lo eres, pero te gusta tanto la literatura como a Tarantino le gusta el cine. Francisco Miranda (1976), valenciano de nacimiento pero murciano de adopción, se desnuda en su obra como un autor tiene que hacerlo: sin ambages, a porta gayola, recibiendo cortes en los brazos y golpes en la cara si hace falta. Y en Pantanosa, topónimo de Murcia (o de cualquier ciudad o idea que te oprima), hilvana las semanas en una caótica sucesión de amores cronometrados, estudios que no llevarán a ningún sitio y experiencias en torno a las drogas.
Y es que en esta novela las drogas juegan un papel importante como nexo de unión: en las relaciones del protagonista con sus amigos, con sus ligues, con su familia, incluso con la carrera de Derecho. Pero no esperen una apología, tampoco un cuento con final triste. Miranda te las detalla, te lleva a esas experiencias, y deja que seas tú mismo el que pegues la calada y decidas.
Pantanosa es, sobre todo, un relato autobiográfico de los 90 en una ciudad de provincias, con todo lo que conlleva. Y entre tanto, empieza a tomar forma en la cabeza del joven protagonista la desidia política, la filosofía (Jünger, Escohotado…) y la depresión de sentirte innecesario en una sociedad abotargada, exprimida al límite y que sólo busca sobrevivir, caiga quien caiga por el camino.
En la novela se habla de libros y de música, porque sin ellos “no podría vivir”, dice el protagonista. Las noches se van revelando como anécdotas de conciertos de Barricada, mientras el protagonista descubre un nuevo paradigma al escuchar en directo el disco que hizo Enrique Morente con Lagartija Nick, cantando a Lorca. Pantanosa es Moby Dick, Pedro Páramo y Rojo y negro. Pantanosa es tan buena porque tiene cultura (y lucha por ella), porque si conoces la ciudad es fácil sentirte parte de un grupo universitario que visita los bares tras las clases, porque Miranda escribe a pecho descubierto, algo que es de agradecer en estos tiempos, en los que Belén Esteban abarrota las limpísimas lejas de novedades de la Fnac.
Es difícil no perderse en sus páginas y ver el tiempo pasar mientras empiezas a amar y odiar a partes iguales a Helena, mientras se te hacen pesados los viajes Campoamor-Pantanosa-Pantanosa-Campoamor. La novela es triste, y mágica, y desesperanzadora, pero, ¿qué es la vida sino fracasar una y otra vez?
Pantanosa es una obra total, milenaria; es À la recherche du temps perdu del Segura, y tiene su segunda parte proustiana, El laberinto del Albayzín, que seguirá desgarrándose página a página como Francisco Miranda quiere hacerlo: honesto, sincero, bestial, nuestro.
Foto: Nacho García (AGM)
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